Juan Pueblo

Hará unos ocho años leí la información de como un hombre de un campo de Higüey, de unos 33 años, había pasado cinco de ellos en prisión preventiva porque no había manera que se celebrara juicio por la querella de un hermano que lo acusaba de robarle un pantalón tendido en el patio de su casa, la que compartía con su hermano y la madre de ambos.

El imputado, de condición social muy pobre, y con alguna discapacidad intelectiva, no logró que alguien se apiadara de su caso y éste iba y venía entre citaciones que se caían porque no aparecía la guagua o el transporte para llevarlo al tribunal, el hermano dejo de ir desde el segundo mes que puso la querella porque el pantalón apareció debajo de su cama, pero tampoco le interesaba mucho que lo soltaran porque no se llevaban bien.

El preso tampoco tenía pareja, ni novia, no asistía a una Iglesia y aunque lo habían inscrito en los tres partidos mayoritarios, no era militante de ninguno de ellos, y ningún dirigente de éstos se preocupó por su suerte. Tampoco el abogado de oficio que le correspondía se le acercó a defenderlo.

Su caso solo vino a saberse porque este vespertino publicó una serie de trabajos de cómo estaban atestadas nuestras cárceles de presos preventivos por trivialidades, muchos de ellos ya viejos y enfermos, recuerdo que uno de ellos era un anciano que tres años atrás supuestamente había robado medio salami de un colmado.

El Nacional publicó la historia del preso de Higuey, aparecieron dolientes, se le hizo juicio, y quedó en libertad. ¿Por qué le paso eso a ese hombre? El espacio que me queda no me va a permitir explicarlo, pero les avanzo que lo básico era su pobreza, no tener un sostén de familia, sus limitaciones intelectivas y por sobre todas las cosas que no robó millones falsificando medicinas, ni era Regidor con una banda de sicarios a su cuenta, tampoco era jefe de una red de narcotráfico, ni siquiera exfuncionario del gobierno y mucho menos expresidente.