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Dardo de los partos

Dardo de los partos

Alberto José Taveras

En el difícil arte de gobernar lo invisible supera lo visible, lo urgente distrae lo importante, y la diplomacia es a veces camisa de fuerza a los intereses nacionales.

La grave crisis de violencia y caos que impera en el vecino país y la lentitud de la comunidad internacional en actuar sobre el terreno sus repercusiones en nuestra seguridad misma nos hizo recordar la expresión utilizada por Joaquín Balaguer en febrero 1994, «Dardo de los Partos». Esta frase la utilizó Balaguer luego de recibir la visita del asesor del Departamento de Estado de EE. UU., Michael Scott, quién para resolver la crisis del 1994 planteó fórmula que resultó ser el recorte de dos años del periodo y la reforma constitucional.

Balaguer dijo que Scott al pararse para irse, se devolvió y le tiró el Dardo de los Partos. Los Partos oriundos de Partia, hoy Irán, eran unos guerreros con gran dominio con los caballos y cuando los romanos los perseguían hacían creer que huían y el jinete daba vuelta quedando de frente al ejército enemigo para dispararles sus dardos envenenados.

El propio presidente Balaguer narró la experiencia: «Funcionarios del gobierno norteamericano y organismos internacionales, habían insistido en que la República Dominicana conceda refugio a los haitianos que están abandonando su país en embarcaciones hacia Estados Unidos y algunos otros destinos, reiterando su compromiso de responsabilizarse por completo de todos los gastos que conllevaría la construcción de las instalaciones que servirían de campamento en territorio dominicano a los refugiados haitianos.

Asegurando que proveerían toda alimentación y medicamentos que sean necesarios. A cambio prometían interceder favorablemente ante bancos y otros organismos extranjeros para la concesión de préstamos al gobierno para continuar con nuestra política de construcciones. También no faltaron promesas y el ofrecimiento de honores y reconocimientos a mi persona, por parte de renombradas instituciones extranjeras.

Mi respuesta fue que ya que ellos se ofrecían a asumir todos los gastos que acarrearían las construcciones y mantenimiento de dichos campamentos en nuestro país, entonces lo adecuado era que los hicieran al otro lado de la frontera, en el mismo Haití pero no de este lado de la frontera! ¡No en suelo dominicano! Agradecí el ofrecimiento de los préstamos, informándoles que nuestro gobierno continuaría la política de construcciones en la medida que nuestros ahorros internos lo permitieran; aclarándoles además que yo no necesito honores ni reconocimientos extranjeros, mucho menos a tan alto costo como nación. Como presidente dominicano sería para mi un auténtico despropósito el asentamiento de haitianos en tierra dominicana”.