David Ortiz se ha ganado, con justos méritos, el reconocimiento de muchísimas personas, al punto de que es una celebridad, tanto en su tierra como en Estados Unidos y varios países más. Sus hazañas en el campo de juego y su trayectoria personal impulsando iniciativas vinculadas con la ejecución de obras de impacto social, avalan su prestigio. Su vida, en síntesis, ha significado un balance positivo para nuestra nación y su reputación internacional.
Es conocido el penoso incidente en que se vio involucrado, el cual estuvo a punto de ocasionarle la muerte y le ha provocado lesiones cuya gravedad todavía no permite establecer con certeza la plenitud que podría alcanzar la recuperación que su legión de admiradores le desean.
En cuanto a la captura de los autores de este vil atentado contra nuestro personaje, hasta el momento de escribir estas líneas la Policía y el Ministerio Público han identificado unas diez personas a las cuales les atribuye participación material o complicidad en la ejecución del hecho.
Eso está bien, y debe reconocerse la labor investigativa llevada a cabo, la que ha producido resultados que han hecho sentir satisfecha la población en lo que a su dimensión implica, la cual es, sin ninguna duda, parcial.
Qué bueno que los autores materiales y sus cómplices fueron detenidos y que asuman las consecuencias de sus acciones deleznables. Sin embargo, el meollo de este episodio está en lo que pueda escudarse tras él, la o las personas que pudieron concebir el atentado, que lo hayan financiado y que, por eso, deben asumir su autoría intelectual y saldar la deuda social y privada que eso genera.
Mientras tal circunstancia no sea meridianamente definida, estaremos ante un hecho que a todos debe llenarnos de preocupación por los secretos inimaginables que puedan estarse sepultando.
El propio David Ortiz, cuando esté en condiciones de hacerlo, y sus familiares, deben encabezar los esfuerzos porque este caso sea esclarecido en todas sus vertientes. De no actuar en esa dirección y no lograrse el cierre satisfactorio del expediente, el daño que se produciría en la imagen de la estrella de nuestro pasatiempo principal sería incalculable y los costos para su futuro serían sumamente onerosos.
No solo David sería afectado. El Ministerio Público y el sistema judicial dominicano no podrían escapar al estigma irreversible de haberse prestado para apañar la responsabilidad de un acontecimiento que, por su gravedad, ha conmovido muchos cimientos.