La mayor parte de las recetas para solucionar el problema de las entidades de intermediación financiera “demasiado grandes para caer” se han centrado alrededor de requerir medidas individuales de entidades con tamaño significativo, las que van desde mayores requerimientos de capital, reglas más estrictas de apalancamiento, mayor aprovisionamiento sobre posiciones de protección y hasta los llamados “testamentos en vida” para prever un cierre ordenado de las entidades en caso de problemas.
No obstante eso, la regulación financiera no ha concebido soluciones más efectivas para reducir la posibilidad de contagio de los problemas en una entidad sobre el resto del sistema, lo que tiende a agravar los episodios sistémicos, y si bien se insiste hasta el cansancio sobre atacar a las “demasiado grandes para caer”, poco se ha hecho sobre la realidad de que al mismo tiempo muchas de esas entidades son también “demasiado interconectadas para caer».
Una característica común a los episodios sistémicos ocurridos en Estados Unidos (2008) y Europa (2010), fue que, contrario a lo que ocurría en la banca del siglo pasado, las corridas sobre los bancos no se materializaron de forma significativa en sus depósitos sino que se manifestó en el crédito. El temor de que los demás bancos estuvieran expuestos a entidades (en el caso de Estados Unidos) o países y municipalidades (en el caso de Europa) con problemas, congeló los mercados interbancarios y obligó a los Bancos Centrales a inyectar crédito, como prestamistas de última instancia, a niveles sin precedentes. El pánico que corrió en los mercados en cada uno de esos episodios, y que por tanto les hizo más grandes, costosos y peligrosos, no residía necesariamente en el tamaño de las entidades afectadas sino en su interconectividad con el resto del sistema.
El problema subyacente con la interconectividad de las entidades de carácter financiero a lo largo de todo el sistema (que incluye banca comercial, de inversión, valores, seguros, pensiones, etc.) es que su impacto no necesariamente puede medirse por el tamaño de la entidad, y el alcance de su participación en todo el mercado suele ser difícil de medir para reguladores y regulados hasta que ya es muy tarde.
La conexión puede ocurrir desde la facilitación de liquidez o crédito al sistema, cobertura de seguro a ciertas operaciones de relevancia en el mercado, o hasta ejercer funciones de simple intermediario, facilitador de operaciones o proveer servicios de cámara de compensación, lo que pueden hacer de una entidad que, si bien en principio no luce como “demasiado grande para caer”, podría ser una fuente sensible de riesgo sistémico sobre la cual usualmente las normas no llegan a delimitar mandatos claros a los reguladores.
Si bien el sistema financiero de la República Dominicana no es ni remotamente tan complejo como el de los Estados Unidos y Europa, y la interconexión, al igual que los otros fenómenos detallados en los artículos anteriores, no ha alcanzado niveles de relevancia sistémica, la expansión sostenida que viene experimentado el sistema financiero dominicano a través de los mercados de valores, el sistema de pensiones, los mercados extrabursátiles, entre otros, debe llamarnos a considerar no necesariamente un aluvión de retrancas normativas, sino cuanto menos empezar a dejar los mandatos bien claros y saber cómo lidiar eventualmente con nuestros propios “demasiado grandes para caer”