El último cacique montaraz
Desiderio Arias, el último cacique montaraz de la estéril etapa de Concho Primo, perece asesinado el 20 de junio de 1931, por tropas seleccionadas por el surgiente brigadier Rafael Leónidas Trujillo, por no entender que “el no puede ser”, que evolucionó al “gendarme necesario”, había decidido desde el golpe de Estado artero al presidente Horacio Vásquez el 23 de febrero de 1930, liquidar para siempre a los caciques montoneros, organizar a su manera el país, e iniciar el viacrucis de la dictadura más prolongada, cruel y rapaz de nuestros 174 años de tránsito republicano.
Es evidente que Desiderio, autoproclamado “general”, como todos los que formaban una tropilla con sus peonadas sin visitar nunca una academia, desde el “general” Pedro Santana, el primer espadón negativo de nuestras desgracias y calamidades patrias, hasta el brigadier Rafael Leónidas Trujillo, el primer general académico formado por la Constabulary de las tropas del United States Marine Corps (UMMC), durante la afrentosa intervención 1916-1924, desestimó y no interpretó el caso y ocaso del “general” Cipriano Bencosme Comprés.
Cuando el brigadier Trujillo propició el golpe de Estado contra su protector y presidente Horacio Vásquez, Cipriano Bencosme se alzó en armas en los cerros El Mogote de Moca, y cuando Trujillo le envió un parlamentario para arreglarse con él, Bencosme, altanero, engreído, pero sobre todo, ignorando o desestimando el poder que enfrentaba, le respondió que “no conversaba con mierdas”. Fue su canto de cisne.
Trujillo ordenó un operativo para capturarle y eliminarle, y refugiado en la casa de la finca de su presunto amigo Luis D’ Orville, los mocanos aseguran que lo denunció a las tropas de Trujillo, y cuando avistó la patrulla y se dispuso a enfrentarla, en el momento de agachar la cabeza para amarrar los condones de una bota, un certero disparo le perforó la frente, el 19 de noviembre de 1930.
Los pormenores más completos relacionados con Desiderio Arias fue reseñado por la historiadora montecristeña Olga Lobetty Gómez, en su opúsculo “Desiderio Arias, el cacique liniero”, Editora Centenario, S. A. 125 páginas, 1996.
Idéntico a todos los caciques montoneros, sin excepción alguna, Desiderio tremoló el pendón de la revuelta y la manigua como método de chantaje y presión para posesionarse de espacios de la geografía nacional, donde apuntalaba sus hegemonías, nunca con un proyecto de país, con un programa de gobierno alguno, sino como alternativa de complacencias para deponer su actitud y congraciarse entonces, no antes, con los gobiernos de turno.
Esos espacios levantiscos, en el caso de Desiderio, siempre presionó por la concesión de las aduanas de Montecristi, como fuente de ingresos para financiar sus tropas, sin que en ninguno de los casos de anteriores caciques, inclusive Desiderio, incurrieran en desmanes, robos ni enriquecimiento ilícito con los recursos del contribuyente.
Ningún “general” montonero se ha identificado con el tiempo como corrupto, rico, desconsiderado, porque fue siempre una constancia de sus procederes, cuidar la pulcritud de las imágenes, distanciándose de los gobiernos que combatían, aunque sin ninguna alternativa convincente ni atractiva para la ciudadanía de formular proyectos vinculados con el interés común.
Desiderio fue electo senador por Montecristi en las “elecciones” del 16 de mayo de 1930, una farsa electorera o matadero electoral, un soberbio sainete organizado por los áulicos de Trujillo para validar la traición del 23 de febrero de ese año.
Desde un principio, fue evidente su actitud refractaria de Desiderio al joven brigadier de 39 años que se hacía del poder por las mañoserías y tramposerías groseras, la fuerza, cohecho, crímenes con el de los esposos Virgilio Martínez Reyna y su esposa embarazada de ocho meses Altagracia Almánzar en San José de las Matas, el primero de junio de 1930.
Porque Desiderio fue siempre una expresión recurrente del universo psicológico político imperante, pero nunca un criminal, opresor, abusador, violador de vírgenes, ni ladrón, todo lo contrario que entendía encarnaba el surgiente brigadier.
El 25 de abril de 1931, narra Olga Lobety Gómez en su obra, página 90, Desiderio y Trujillo regresaban de un recorrido juntos por la Línea Noroeste, y concurrieron a una fiesta en el encopetado Club de Comercio de Montecristi, percibiendo Desiderio señales agoreras de un presentido escenario para asesinarlo, advertido por José Ares García (Pasito), decidiendo, rápido, partir raudo hacia Mao, para evadir lo que presintió una emboscada, expresándole a Trujillo su deseo de acudir a su residencia de Mao, y que allí continuarían conversando.
Un vehículo siguió al de Desiderio, y al ingresar al Cruce de Guayacanes, desde el vehículo seguidor iniciaron disparos, y Desiderio sale ileso, apresurándose llegar a su finca La Amarga, de Mao.
Trujillo se dirigió a Mao, para nueva vez conversar con Desiderio, cuando ya no existía la posibilidad de ni conversar ni conciliar nada, reuniéndose con Desiderio en la casa de Salomón Hadad, y teatral, ofreciéndole su arma, sabedor de una imposible felonía de su virtual enemigo, acompañado por Andrés Medina, teniente coronel Leoncio Blanco y Manuel Evertz.
Salomón Hadad musitó a Desiderio permitirle acabar con la vida del brigadier con su carabina, impidiéndole Desiderio la acción, adújenlo respetar su palabra.
Desiderio no confió ni aceptó las palabras y propuestas de acercamiento de Trujillo.
La suerte estaba echada. Desiderio partió con algunos seguidores al reducto de los Cerros de Gurabo de Mao.
Ahí fue Troya, y teatro del final del último cacique montaraz de Concho Primo, justo al inicio de la fatídica Era de Trujillo.