El Manifiesto de Montecristi, fue un documento firmado por José Martí y Máximo Gómez, el 25 de marzo de 1895 para fundamentar el reinicio de lucha armada de los cubanos contra el colonialismo español.
Con alzamientos simultáneos en varios lugares de la isla de Cuba, comenzó el 24 de febrero de 1895, la Guerra de Independencia, convocada por el Partido Revolucionario Cubano (PRC), que José Martí había organizado desde 1892.
A finales de enero de 1895, José Martí había abandonado sigilosamente su residencia habitual en Nueva York para reunirse en República Dominicana con Máximo Gómez, quien había sido nombrado general en jefe del Ejército Libertador.
El 25 de marzo, ambos se encontraban en la ciudad de Montecristi, en la costa norte, de República Dominicana, y ultimaban los detalles de su partida.
Pero ese intento fracasó y Martí, en acuerdo con el general Gómez, redactó el documento titulado “El Partido Revolucionario a Cuba”, que ha pasado a la historia con el nombre de Manifiesto de Montecristi.
Tras declarar a la nueva contienda continuadora de la Guerra de los Diez Años, el texto se extiende en consideraciones acerca de por qué los patriotas apelaban a la lucha armada.
Señala que el levantamiento no era un movimiento de un grupo de cubanos contra otros, sino la expresión de la voluntad del país y de personas del más diverso origen.
También aclara que la contienda que se avizoraba no iba encaminada contra el español de trabajo que había fundado en la isla y para el cual habría lugar en Cuba, después de la independencia, ni que tampoco se promoverían el desorden y la tiranía.
A continuación se comparan las condiciones de Cuba, al reiniciarse la lucha armada, con las que tuvieron los pueblos hispanoamericanos a comienzos del siglo XIX.
Se reconoce que las repúblicas de la región sufrieron trastornos venidos del intento de ajuste a modelos extranjeros, de la manifestación de una cultura meramente literaria y señorial, del caudillismo, de la monoproducción y del abandono de los pueblos originarios.
Frente a ello, Cuba disponía de un pueblo democrático y culto, conocedor de sus derechos, donde perfeccionaba la nacionalidad, con mayor equilibrio entre sus clases, aunque el fin del colonialismo afectase a algunos intereses.
El falso problema racial aupado por el colonialismo también se afronta en el documento, que llama insensato e injustificado el temor al negro, y declara: «Sólo los que odian al negro ven en el negro odio». Además, se considera que esas manifestaciones no eran más que pretextos para mantener la dominación española.
Insiste el Manifiesto de Montecristi, en que la república sería hogar para los españoles de trabajo y de honor, porque no había odio en el pecho antillano: la guerra era contra el gobierno inepto y corrupto de España, no contra el español.
Un buen espacio se dedica en el texto a explicar cómo las formas organizativas en que se daría la revolución, a diferencia de lo ocurrido en la América hispánica, buscarían acomodo entre el espíritu de redención y las prácticas necesarias a la guerra.
Puedes leer: Escipión Oliveira: Un afamado cardiólogo
El párrafo final del documento analiza el alcance internacional de la guerra cubana y las responsabilidades que implicaba para los patriotas. Conquistar la independencia política era -se expresa- algo insuficiente, pues se trataba “de crear una patria más a la libertad del pensamiento, la equidad de las costumbres, y la paz del trabajo.”
Por eso, dada la posición de Cuba en el arco antillano y la previsible ampliación del comercio en poco tiempo -en clara alusión a la construcción del Canal de Panamá-, la guerra de independencia era «suceso de gran alcance humano, y servicio oportuno que el heroísmo juicioso de las Antillas presta a la firmeza y trato justo de las naciones americanas, y al equilibrio aún vacilante del mundo».
Firmado por José Martí en su condición de delegado del Partido Revolucionario Cubano y por Máximo Gómez, como general en jefe del Manifiesto de Montecristi.
El autor es periodista.