Opinión

El odio

El odio

Los seres humanos deben servir y estar preparados para todas las circunstancias de la vida, porque al menor silencio llegan sorpresas dolorosas, ingratitudes y trampas, a veces de quienes han sido seres queridos, amados, distinguidos y respetados.

El rencor es mayor pecado que la soberbia; es el desagradecimiento y la insensatez, porque al decir del gran Seneca: “los que odian llevan rencores en sus almas».

El odio es una espina silenciosa, venenosa y maléfica, porque las acciones son más sinceras que las palabras. El odio es un barril silencioso lleno de pólvora, peligroso y rencoroso y quien odia se maldice a sí mismo y reniega a Dios, aunque lo vive alabando y bendiciendo muchas veces.

A quienes odian y personifican la insensatez, poco se le puede analizar, porque a veces estallan como un volcán en un instante el día menos esperado.

«El odio es un despilfarro del corazón, es nuestro mayor tesoro» (N. Clasaro). Pensadores, escritores y teólogos lo han definido como iracundo. Salomón dijo; “Las heridas que te causa quien te quiere son preferibles a los besos engañosos de quien te odia”.

No debemos ocupar la vida en odio, porque quien odia se odia a sí mismo, ya que odiar es aborrecer, detestar, repugnar, rencor, saña, desamor, encono.

No odies, mejor es perdonar y amar. Gran error es pagar la amistad o el amor con el odio; “Se es odiado tanto por las buenas obras como por las infamias», decía Maquiavelo”. «Mientras se odia se ama (A. K), “el que desprecia demasiado, se hace digno de su desprecio”.

El odio pervive en el sentimiento de muchos seres humanos, es un rectángulo lleno de horrores que mutila el porvenir, cuyo autor o autores no conocen la felicidad ni el sano camino, sino la obsesiva pasión del rencor muchas veces injustificado y ateo.

De Alfonsina Storni declamo: «Yo quiero que me dejen morir sobre los campos, tendido el cuerpo enfermo, me traiga el sol e sus lampos y abriéndose las venas a su color benditos venga a mis caricias de todo lo infinito».

«Que no escuchen en la hora solemne de mi muerte, la palabra del hombre bendecida que me den al olvido los recuerdos humanos». «Moriré en la verdad. ¡Oh! Toda la paz para morir deseo, quiero serenidad. «Que misterio rige la vida, que prodigio, quiso hacerle tan bien y lo hizo mal».

¿Por qué tanta maldad, tanto odio, si la tierra se ofrece a cada cual? ¡Adiós, adiós infecundo, cuando terminará tu vil reinado! Jamás desdeñe, es mejor amar y perdonar.

El Nacional

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