Las palabras retornan y golpean –
César Augusto Zapata.
El autor es psicólogo clínico.
Se habla mucho. Se habla demasiado. Hay quienes se han erigido en autoridades, voz de Dios. Hablan en representación, montan escenas que van dejando huella, historia y señales psicológicas que evidencian intención política de persuadir a unos receptores sobreinformados y, por lo mismo, deformados.
Uno de los factores que compromete la efectividad de esos mensajes es la confusión entre receptor y destinatario. Siendo el receptor cualquier sujeto que conozca el sistema sígnico (a veces sínico) y esté en capacidad de descifrarlo. Mientras que el destinatario es aquel a quien quiero influir con lo que digo.
En el acto de habla decimos algo con una intención determinada, procurando un efecto en los destinarios, como parte de la finalidad propia del discurso. Cuando hablamos por hablar, en un decir irreflexivo, no tenemos clara la intención de nuestro propio discurso. Hablamos para alguien, sí, pero no tenemos claro para quién y, en el peor de los casos, tampoco sabemos para qué.
En estos días hemos sido testigos de que es posible hablar sin blanco de público definido. Hablar es siempre para alguien, sin embargo el que habla a veces no sabe ni lo que dice, sobre todo cuando hay títeres y titiriteros.
Efectos psicológicos
Si tuviéramos bien definidos los elementos del acto de habla y de la acción comunicativa, el efecto del decir sería, siguiendo la vieja retórica, persuasivo: la eficacia de influir en los destinatarios de forma tan sutil que estos cambiarían actitudes, convencidos de que lo hacen sin sujeción al discurso, sino como acto voluntario.
Cuando, por el contrario, la intención no es clara, al no elegir previamente a nuestro destinatario, se debilita la posibilidad de persuadir, de lograr un cambio en las actitudes y creencias de ese receptor que no encuentra en el discurso un premio, una recompensa que lo armonice.
Para lograr el efecto persuasor hace falta que la acción comunicativa capture la atención del blanco de público, la comprensión y asimilación del sentido, la aceptación o creencia de que a nivel cognitivo estoy de acuerdo con el mensaje, y la retención de los contenidos.
Pero, además, debe el destinatario encontrar la promesa de que un cambio de actitudes en dirección a donde apunta el mensaje le traerá gratificaciones, solución a necesidades reales o ficticias, expectativas de cambio.
Los síntomas
Una patología de la clínica diferencial es la perversidad narcisista. El perverso narcisista no acepta la carga de su dolor y culpa, y la deposita en los otros.
Un sujeto con semejante trastorno y acceso a algún medio masivo de comunicación, solo necesita un depositario de sus frustraciones para utilizar los mecanismos proyectivos con el cual ceñirá a otro la camisa que le calza.
Pero una de las características de los mecanismos de defensa patológicos es que están siempre condenados a fracasar.
Entonces el sujeto repite la escena y cada vez más se convence de su condición de “bueno”, redentor de todo lo malo. Asignándose cualidades y roles del otro para ocultar sus debilidades y fracasos sociales. Enunciar la falta es una falla permanente.
El discurso del perverso es un instrumento para medir el grado de salud o deterioro de una sociedad.
Si su decir encuentra ecos insólitos en sectores de prestigio, si dura suficiente para crearle un espacio social de aceptación al narcisista y limpiar sus culpas proyectadas, sería una triste luz de alarma social que advierte del deterioro y anomia de ese conglomerado.
En una situación normal, vale decir en una sociedad sana, este discurso enfermo, que no promete salida alguna, recompensa o esperanza, debería caer en el vacío y sus propósitos personalistas fracasar estrepitosamente.
Efecto boomerang
Para que los factores psicológicos de recompensa y cambio de actitud ocurran, el discurso debe producir un efecto cognitivo de congruencia entre el decir y los pensamientos previos del receptor.
Asumimos como verdad lo que es cónsono con lo que ya estaba previamente en nuestras cabezas. Es lo que los psicólogos sociales llaman heurística de la disponibilidad.
También se valora, inconscientemente, la credibilidad de la fuente, la congruencia con ella y la consistencia del argumento. Cuando el argumento es débil, la fuente poco creíble.