Opinión

El reloj del odio

El reloj del odio

Vivimos en un mundo globalizado, donde la cultura de la maldad y el odio continúan avanzando, destruyendo criterios sobre la dignidad humana y los pilares de nuestro pueblo, desde diferentes vertientes frente a miles de hogares y ciudadanos a todos los niveles, cual reloj indetenible, certero, perspicaz, con sus manecillas indicando el meridiano de tantos hombres cubiertos de maledicencia y resabios infecundos.

Las cizañas y ponzoñas de la maldad, hidras de tantas cabezas, transitan airosas todos los días cargadas de odios, tipología y psicosis que se transmiten y verifican fácilmente en los ojos, gestos, rostros, labios, cejas, conversar… en los seres humanos, como instintos pasionales degenerativos, cual ríos y mares adversos, siendo tan fuerte el rubor y la ansiedad que muchos maldicen a los demás hasta sin conocerlos, y se odian a sí mismos, en una traumática visión de la vida y del medio social en que habitan. Ya lo dijo José Martí: ¨el mundo se divide en aquellos que aman y construyen y en quienes odian y destruyen¨.

La maledicencia y el odio tienen, entre otras, dos facetas importantes: la que se siente y se ve, contempla y exterioriza y aquellas que recorren las introspecciones de la mente y el alma como vorágines incoloras y anatemas sin conciencia.

Los ingratos son quienes más odian y repulsan, tránsfugas que no solo maldicen hasta lo inaudito, sino que sufren delirios, espantos, fases degenerativas en su hábitat, convirtiéndose por instantes en podredumbres, cuervos, megalómanos, borricos y dragones, viviendo en el más inhóspito de su labrado, y esos instintos se convierten en un gran boomerang, más temprano que tarde.

El odio y la maledicencia produjeron la crucifixión de Jesús. El odio y la maldad mantienen desintegrada a la sociedad y a los pueblos, a toda la humanidad inmersa en los 5 continentes, culpable de la violencia, la criminalidad, sangre y el dolor que conturbe a tantos hogares, instituciones y grupos individuales o colectivos, y al país.

Si yo pudiese conformar o crear una fórmula ideal, eficaz, capaz de desterrar de las mentes de los hombres la semilla de la maldad y el odio, transformarla en abono y transparencia del bien, la solidaridad que tanta falta hace, para que el mundo fuese mejor, mi epitafio desde ya diría: ¨ Aquí yace un hombre que ayudó a la paz del mundo. Amén¨.

Plutarco dijo: ¨el odio es una tendencia a aprovechar todas las ocasiones para perjudicar a los demás ¨ y Víctor Hugo refiere: ¨el odio es un gasto improductivo¨.

La nación reclama un clima de paz, amor fecundo, concordia, un gran pacto social para sepultar la maldad, cambiar el odio por sonrisas, la destrucción por la unidad, para juntos levantar las sabias enseñanzas, de quien dijo: ¨amaos los unos a los otros¨.
Ojalá que, unidos podamos detener un día el reloj del odio y la maledicencia.

El Nacional

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