El presidente Barack Obama declaró hace unos días que Estados Unidos se sentía orgulloso de su origen como una nación de inmigrantes. “Durante más de dos siglos, la inmigración ha sido el núcleo de nuestro carácter nacional. Es lo que somos. Es parte de lo que nos hace excepcionales”, reconoció Obama, quien es el primer gobernante negro que ha tenido el país en toda su historia. Como no se puede borrar el pasado en realidad no queda más que aceptarlo.
El concepto enarbolado por Obama puede aplicarse a una élite de República Dominicana que con mayor razón debe aceptar que es una nación de inmigrantes, con huellas mucho más tangibles de los representantes de diferentes países que se han asentado en el país. Estados Unidos conserva los descendientes de sus primeros pobladores, pero aquí sabemos que los indígenas no legaron nada, como no sea algunas piezas y expresiones, porque fueron aniquilados en un abrir y cerrar de ojos por los colonizadores. La comunidad dominicana está integrada, pues, por inmigrantes y descendientes de españoles, árabes, japoneses, judíos sefarditas, haitianos y cocolos, entre otros. A ese hibridismo hay quienes atribuyen la muy particular conducta social del dominicano.
Cada grupo étnico ha hecho su aporte en la construcción de esta República Dominicana que hoy se exhibe con tanto orgullo por su progreso material. Pero, por ser los más pobres y por resentimiento histórico, no se acaba de aceptar la presencia ni la contribución de los haitianos. La masacre ejecutada durante la dictadura d Trujillo y la sentencia del Tribunal Constitucional sobre la nacionalidad son los ejemplos más concretos del odio y la discriminación contra los inmigrantes haitianos, cuyos descendientes ya brillan hasta en los deportes.
Al resaltar la identificación de Estados Unidos con su historia, el presidente Obama recordó que los primeros refugiados del país fueron los peregrinos que huían de la persecución religiosa en Europa. Su advertencia de que “traicionamos los esfuerzos del pasado si fallamos en resistir la intolerancia en todas sus formas” debe servir de lección a muchos de por aquí que todavía no acaban de aceptar que, como decía Juan Antonio Alix, llevan el negro detrás de la oreja.
El Plan Nacional de Regularización de Extranjeros fue un gran paso en la solución de un problema que se había tornado altamente complejo. Y es verdad que las migraciones, resultado de la violencia, las desigualdades y el saqueo de las riquezas, entre muchos otros factores, se han convertido en un gran desafío. Pero no como para negar el derecho a la existencia o humillar a seres humanos que no persiguen más que el derecho a subsistir.