Cambio de época pero, ¿en qué dirección?
Porque Ni la pobreza puede envilecer las almas fuertes, ni la riqueza pueden elevar las almas débiles.
Durante un largo e interminable tiempo, he escuchado a muchos pensadores contemporáneos y otros tantos teóricos y críticos, quienes aseguran que no solamente estamos pasando por una época de cambio, sino que realmente estamos viviendo un cambio de época.
Y cualquiera tiende a pensar de igual manera, ya que la tecnología y las transformaciones que se han producido desde hace una década, en la actualidad son algo increíble. Continuas e imparables, tanto así que en determinados momentos, la incertidumbre nos hunde en lo más profundo del abismo de creer o no, debido a las frecuentes contradicciones en que lo que era bueno ya no lo es. Lo que ayer era, ya hoy es otra cosa, lo malo de ayer, hoy es bueno o viceversa. Tamaña vaina.
Cambio, sí, ¿pero en qué sentido?, ¿hacía el mal gusto o el refinamiento, hacía lo vulgar o la decencia? Bueno, dirán muchos que no importa el sentido sino, el cambio en sí. Quizás en esta postura estriba lo bueno y lo malo. El engaño, camuflado por mentiras agigantadas con premeditación, alevosía y una maldita ambición sin límites.
Quizás sea esta la razón por la cual tantos y tantos sinvergüenzas inmorales y corruptos logran vestirse con finas telas o uniformes para ocultar su costra, más que de piel, de desvergüenza, a base de la permisividad de muchos que pretenden con extrema delicadeza lavarse las manos, imitando al cobarde y sin carácter de Pilatos.
Y, aunque muy a pesar de este tipo cobarde de acción, para evadir responsabilidades, chantaje o sabrá Dios la desgracia que se oculta detrás de este tipo inmoral de accionar, dice un viejo adagio que quien ignora la verdad es un iluso pero, quien conociéndola la llama mentira, es un delincuente. Es por esas razones que cada día aparecen esperpentos con dañino comportamiento que en verdad se llegan a creer amos porque narigonean a unos cuantos y que inclusive, tienen el descaro de tener aspiraciones impenitentes de ser más y no hay que dudar que obtengan lo que quieren, lo cual sería indiscutiblemente el último punta pies que necesitan algunas instituciones para caer definitivamente en el fondo del estercolero, de donde es difícil el regreso. Pongamos por ejemplo, el estamento militar.
Y que no me venga nadie con pendejadas, sé como otros tantos lo que digo, porque viví en el monstruo y le conozco las entrañas. Y no ando en busca de burladero para protegerme del mismo, no señor, por el contrario, de frente y con el pecho henchido de valor y en este gritar, lo mismo cual verso quebrado que se repite al final de cada copla, todo en busca de esos valores e institucionalidad por la que siempre hemos clamado y que en apariencia se han ido desgastando o peor aún, ¡que se han perdido!
Es decir, que muy a pesar de estar en un cambio de época, me gusta, de vez en cuando perderme en un bordoneo, porque bordoneando veo, que ni yo mismo me mando. Asimismo, a lo Atahualpa Yupanqui, porque entre una y otra, he comprendido que oramos demasiado para no tener dificultades. Pero lo que necesitamos hacer es pedir para desarrollar raíces fuertes y profundas, de tal manera que, cuando las tempestades soplen, resistamos con valor y no seamos dominados. Para qué más. ¡Si señor!-
No haber procurado
dolor a los
demás; no haberse inclinado a los malvados; no haber
abandonado
el sendero del bien. Parece poca cosa, pero es mucho.
Sentencia hindú.-