Opinión

Hablemos de China

Hablemos de China

En la última década, con el apoyo de más de 20 años de vertiginoso crecimiento, China se ha erigido como la segunda potencia del mundo, y en gran medida, el motor económico global de los últimos tres años a medida que Estados Unidos y Europa lucen más estancados. Sin embargo, sus logros no han impedido una creciente ola de  preocupación de que China pudiera en cualquier momento enfrentarse a lo que los economistas llaman un aterrizaje fuerte.

 China tiene una de las deudas más bajas del mundo en su gobierno central frente a su producto interno bruto, un superávit  de la balanza comercial bastante amplio, unas reservas extranjeras en exceso de los tres trillones de dólares, un crecimiento cómodamente por encima del 8% anual y es un acreedor neto siendo titular de cerca de un tercio de la deuda soberana de los Estados Unidos y una proporción significativa en Europa. No obstante, China pudiera estar en problemas.

 A medida que el rendimiento de sus tenencias en deuda soberana americana y europea ha ido decreciendo por la crisis global, y que su moneda ha ido progresivamente valuándose, el gobierno central chino ha optado por sostener su crecimiento con inversiones a lo interno, motorizadas por los gobiernos locales de las distintas municipalidades chinas con grandes obras de infraestructura e inmobiliarias. Esto ha conllevado a la existencia de ciudades enteras sin habitantes (irónicamente), carreteras y puentes que van a ningún lado, lo que a su vez ha endeudado a sus gobiernos locales en cerca de 150% del PIB. Esto coloca a China ante una burbuja de activos que su Banco Central desesperadamente está tratando de controlar.

 Aunque es muy probable que China esté en condiciones de soportar un shock interno con los vastos recursos económicos y financieros de los que dispone, éste se amontonoría sobre una creciente inflación y el progresivo enfriamiento de sus exportaciones, pudiendo desacelerar su crecimiento por debajo de los niveles adecuados.

 Es, sin embargo, el problema político-social más que el económico el que pudiera tener consecuencias catastróficas para el gigante asiático. En general, en estos tiempos de bonanza, su población no sólo acepta el actual status quo político sino que abiertamente lo respalda. Pero este aún no ha tenido que enfrentarse a una sacudida económica significativa que pudiera hacer temblar el estado social de las cosas a lo interno, como suele ocurrir en medio de crisis.

 Ante situaciones económicas adversas, las poblaciones de las naciones democráticas pueden manifestar su descontento y promover los cambios de liderazgo en forma pacífica y sin dramatismos que hagan socavar su estabilidad social. China, sin embargo, no tiene ese lujo. Ante una potencial crisis económica, el Partido Comunista Chino pudiera entrar en crisis y quedar expuesto como frágil ante una población menos aislada y más consciente del mundo que hace 30 años.

 Aunque por el momento luce que el peor escenario chino no esté cerca, las crecientes posibilidades de un aterrizaje fuerte y las consecuencias sociales de una desaceleración deben ser idea que ronde en las mentes del liderazgo político centralizado de China, ya que ciertamente lo es para sus grandes inversionistas.

El Nacional

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