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Hedy Lamarr, el genio de Hollywood que fue víctima de la industria y su belleza

Hedy Lamarr, el genio de Hollywood que fue víctima de la industria y su belleza

Sola, aislada del mundo y sin disfrutar de los aplausos que merecía por tener una mente brillante. Así murió Hedy Lamarr, una de las actrices más hermosas de la Era Dorada de Hollywood que desde sus inicios fue víctima de los estereotipos impuestos por esa misma industria que desde sus comienzos fue manejada por hombres.

Hedy Lamarr era bellísima, pero también una actriz ambiciosa que nunca tuvo su lugar y una inventora asombrosa capaz de ser la mente pensante detrás de la tecnología que hoy permite que disfrutemos de Wifi. Una mujer adelantada a su tiempo que nunca fue vista por quien era en realidad.

Hedy fue la primera actriz que interpretó un orgasmo en el cine, provocando tal polémica que los más conservadores en EEUU la criticaron duramente y hasta Adolf Hitler prohibió su proyección en Alemania. Víctima de una belleza asombrosa que inspiró a los dibujantes de Blancanieves y Catwoman, su vida fue tan increíble que merece ser contada. Tanto es así que incluso muchos autores intentaron hacerse con los derechos para escribir su biografía, entrevistándola y publicándolas a sus espaldas. Y curiosamente, Gal Gadot acaba de fichar como protagonista de una miniserie que contará parte de su vida.

Hedy Lamarr nació en Viena, en el seno de una familia acomodada en una capital plagada de cultura. Desde pequeña soñaba con dejar huella en el mundo, como cuentan sus hijos en el magnífico documental producido por Susan Sarandon, Bombshell: la historia de Hedy Lamarr (2017). Era “intelectualmente curiosa” y desde que era adolescente comenzó a labrarse un camino en la actuación.

Fue a los 18 años cuando marcó su vida y carrera para siempre con una película que le daría más de un quebradero de cabeza: Extasis (1933), un drama sobre una mujer atrapada en un matrimonio aburrido que despierta su pasión por un hombre de su edad. En aquella película de Gustav Machaty, Hedy aparecía desnuda e interpretaba el primer orgasmo jamás visto en la pantalla hasta entonces. Si bien la cinta fue recibida con elogios en muchos países de Europa, aquel personaje dejó una letra escarlata en su currículo que sentenció su futuro en Hollywood de mujer pasional y fácil con los hombres. El estigma más injusto que la sociedad impuso sobre las mujeres en nuestros siglos de vida civilizada.

Poco después se casó por primera vez con Friedrich Mandl, un fabricante de municiones conocido como el “Henry Ford de Austria” que se obsesionó con ella al verla en teatro. A pesar de ser el tercer hombre más rico de Austria, sus padres se opusieron a la unión porque era aliado de Mussolini y Hitler. Sus celos eran tan fuertes que intentó comprar todas las copias de Extasis y le prohibía ir a la fábrica a visitarlo. Odiaba la reacción que Hedy provocaba entre los hombres y le había prohibido que siguiera dedicándose a la actuación. Y así se convirtió en una esposa trofeo que daba cenas para los alemanes e italianos antes de la Segunda Guerra Mundial.

Pero Hedy quería más en su vida. Parecía tenerlo todo, menos libertad. Y tras la muerte de su padre de un ataque cardíaco, huyó. Drogó a una sirvienta de su casa que se parecía a ella, cambió sus ropas, recogió todas sus joyas y escapó a París.

Aquella osadía que tan presente está a lo largo de su vida la llevó a plantarse delante del cofundador de los estudios MGM, Louis B. Mayer en Londres. Era 1937 y Austria comenzaba a sufrir los estragos inminentes de la Segunda Guerra Mundial -bajo la presión terrorista de los nazis autríacos y la siguiente ocupación alemana en 1938- cuando el productor estaba en Inglaterra buscando actrices que quisieran huir de Europa a cambio llevárselas a Hollywood con contratos baratos. Como le ofreció poco dinero, lo rechazó. Pero enseguida se arrepintió y, osada de nuevo, embarcó en el mismo barco de regreso a EEUU que tomaba Meyer. Se puso su mejor vestido, las joyas que le quedaban e impactó a todo el barco en el salón. Así, Mayer le ofreció un contrato de 500 dólares a la semana. Una cifra imposible para una actriz nueva en Hollywood por entonces.

Hizo su primera película en Hollywood cinco años después de la mancha que Extasis había dejado en su carrera. Fue Argel (1938) y la convirtió en estrella de forma instantánea. Es más, fue ella quien impuso la moda de la línea al medio en el cabello que todas las actrices de la época imitaron. De repente tenía a los galanes de la era a sus pies, y sorprendió a muchos casándose por segunda vez con el guionista Gene Markey. Sin embargo, el amor no volvió a sonreírle y pocos meses después él la engañaba con otras mujeres haciendo crecer su inseguridad de que su belleza era lo único que el mundo veía de ella. El matrimonio apenas duró dos años.

Mientras tanto, su éxito ascendía como la espuma haciendo tres películas al año durante los años 30 y 40. Pero mientras el mundo veía glamur, belleza y éxito, Hedy era otra de las víctimas de una industria sin reglas que se aprovechaba de artistas soñadores, haciéndolos trabajar sin descanso y suministrándole pastillas para despertar y dormir, según cuentan sus hijos. Sin ir más lejos, Bette Davis la llamó “una industria de esclavos” por entonces.

De todos modos, Hedy siempre se vio acechada por las inseguridad que acarreaban su belleza. Había más dentro de ella misma y quería que el mundo lo viera. Y mientras entretenía al mundo con sus películas, en su casa dedicaba su tiempo libre a las invenciones. No era ingeniera ni tenía estudios similares, pero las ideas siempre circulaban su cabeza. Era un hobby que fue alentado y alimentado por un visionario como Howard Hughes (uno de sus amantes también, aunque ella dijo que fue el peor de todos).

Al sufrir diariamente porque su madre seguía en Austria mientras Hitler avanzaba en Europa (al final pudo llevársela a EEUU), Hedy quería hacer algo. Quería ayudar. Y al ver que las fuerzas aliadas no podían superar a los nazis en el agua, comenzó a pensar en cómo lograr que un torpedo pudiera ser manejado de forma secreta bajo el mar para que ninguna nave enemiga pudiera interceptarlo. Inspirándose en el funcionamiento de los rollos de pianos, junto al compositor George Antheil idearon un “sistema secreto de comunicaciones” que saltaba entre diferentes frecuencias de radios. Lo patentaron y se lo ofrecieron al servicio militar. Pero el servicio naval lo rechazó -un rumor apunta a que fue porque estaba diseñado por una extranjera- y se guardó bajo secreto durante el resto de la guerra.

Es más, cuentan sus hijos que los militares se rieron de la idea y le dijeron que se dedicara mejor a recaudar dinero para las tropas, como hacían otras bellezas de Hollywood. Y así lo hizo. Era patriota aunque no tenía la ciudadanía americana todavía y durante meses entretuvo a las tropas americanas recaudando miles de dólares por la causa. No puedo imaginar la frustración que habrá sentido. Había creado algo que podía ayudar a salvar vidas y derrotar a los nazis lo antes posible, pero el mundo la callaba. No solo tuvo que dejar a un lado su mente creativa, sino que su belleza se convirtió en su única vía para ser útil durante la guerra. Una decisión impuesta por los hombres militares y por Louis B. Mayer que decidió explotar su imagen de “chica fácil” atribuida desde un principio por Éxtasis y le daba papeles insulsos, de mujer conquistadora como distracción durante la guerra. Así hizo otra de las películas que la convertirían en el hazmerreir de la industria: White Cargo, una cinta que la perseguiría para siempre en donde solo se explotaba su imagen de una manera ridícula.

Solo hay que ver el vídeo de presentación del personaje para ver la ridiculez que Hedy tuvo que soportar bajo contrato:

Ella sabía que ni Mayer ni Hollywood la respetaban como lo hacían con Greta Garbo. Pero Hedy era una luchadora. Y mientras el estudio la ensombrecía dándole papeles para distraer la vista, y sus invenciones eran archivadas por los militares, ella se atrevió a producir sus propias películas. Algo impensable por entonces para una actriz o mujer en general. Primero hizo La extraña mujer (1946) y luego Pasión que redime (1947), pero ninguna fue bien recibida por la industria. En esta época se casó por tercera vez con John Loder (1943-1947), pero el matrimonio fracasó. Estaba sola, con dos hijos y con una carrera que iba en picado tras arriesgarlo todo al apostar por ella misma.

Y así llegó Cecil B. DeMille al rescate. Al conocer que el director preparaba su próxima película bíblica, lo contactó para ofrecerse para el papel protagonista de Sansón y Dalila (1949). La película fue un éxito, la segunda más taquillera de la era por detrás de Lo que el viento se llevó. El personaje hizo que Hedy recuperara su estatus de estrella, pero su ambición pudo con ella. Su necesidad de seguir demostrando su talento cuando Hollywood no le daba más oportunidades, la llevó a arriesgarlo todo de nuevo. Repitiendo el estilo épico de DeMille, produjo La manzana de la discordia (1954), en donde interpretaba a tres reinas protagonistas en una historia sobre cómo la belleza se interpone sobre el amor. Una película muy personal para ella que reflejaba su lucha constante entre su exterior e interior delante de un mundo que solo la veía por fuera.

Fue una producción enorme, gastó millones en hacerla pero ningún estudio quiso comprarla. Lo perdió todo y fue entonces cuando conoció a su quinto marido, W. Howard Lee (1953-1960) y se marcharon a vivir a Texas. Pero el aburrimiento pudo con ella y lo convenció para que comprara tierra en Aspen, pasando varios años diseñando un resort de look austriaco en la nieve. Pero la relación iba de mal en peor y en el divorcio volvió a perderlo todo. Al límite de una crisis nerviosa y estresada porque su hijo había sufrido un accidente casi letal a los 11 años, envió a su doble al juicio por el divorcio. Y el juez la castigó quitándole su parte. Le sacó todo, incluso Aspen.

Hizo su última película, The Female Animal, en 1958 sin saber que sería su retirada definitiva de la gran pantalla. Y aunque volvió a casarse por sexta y última vez con Lewis J. Boies (1963-1965), no tuvo suerte en el amor. Su carrera se quedó estancada por culpa de los fracasos, una reputación impuesta por un papel que hizo siendo una novata de 18 años y una vida que comenzó a caer en la soledad por culpa de las drogas y un comportamiento errático que fue empeorando.

En 1966 fue arrestada por intentar robar maquillaje en una tienda, y tras el escándalo la despidieron de la película que iba a marcar su regreso a los cines. No tuvo un hombre que supiera amarla, dice su hijo, pero también cuenta que era impredecible y que ni siquiera ellos, sus hijos, llegaron a conocerla del todo.

Uno de los detalles más oscuros de su vida lo representa James Loder, el hijo que supuestamente adoptó con su segundo marido. Hedy tuvo dos hijos biológicos con el tercero, John Loder, quien dio su apellido a aquel niño adoptado por ella previamente. Pero tras una pelea cuando James tenía unos 12 años, fue dejado al cargo de otra familia y no volvieron a tener contacto durante más de 50 años. Él afirma haber encontrado documentación que en realidad era hijo biológico de la pareja cuando eran amantes, pero Hedy lo dejó fuera de su testamento al morir.

Sin embargo, su familia atribuye gran parte de su comportamiento inestable a las drogas suministradas por la misma industria. No solo se había acostumbrado a tomar las pastillas que los estudios solían dar a sus intérpretes para mantenerlos despiertos o ayudarlos a dormir tras largas jornadas de trabajo, sino que también fue paciente del doctor Feelgood, un médico alemán que atendió a muchas celebridades de la época. Les vendía inyecciones de “vitaminas” para darles energía, pero en realidad eran metanfetaminas. Se hizo adicta sin saberlo y perdió el control completamente.

Hedy fue víctima de un sistema que durante más de un siglo señaló a las mujeres, encasilló, clasificó y destruyó. Su belleza natural fue el verdugo que marcó el rumbo que su vida iría tomando con los años, hasta el punto de que terminó cayendo en la cirugía plástica cuando alcanzó los 40. Con un rostro cambiado y retocado en varias ocasiones, terminó recluyéndose, viviendo sola y conectada al mundo solo por teléfono durante los últimos veinte años de su vida. Cuentan que pasaba seis o siete horas al días hablando por teléfono, pero que no vio a nadie en persona durante años.

Sus personajes y su figura se convirtieron en el hazmerreír de Hollywood con bromas y un sensacionalismo que se aprovechó de sus desgracias. Demandó a todo aquel que se burló de ella, incluido Mel Brooks, mientras vivía escondida del mundo con un salario de 300 dólares al mes que le pagaba el sindicato. Pero lo más increíble de su historia es que mientras ella sufría del aislamiento, del olvido y el poco reconocimiento, su invención más importante crecía a pasos agigantados.

Su idea patentada de un torpedo redirigido por saltos de frecuencias radiales fue utilizada, pero nadie la contactó y nunca le pagaron por la patente. Según el documental mencionado, existen pruebas de que en la crisis de los misiles de Cuba, el presidente John F. Kennedy envió barcos que estaban equipados con el sistema. También existen pruebas de que en 1955, antes que expirara la patente en 1959, se creó un sistema de frecuencia militar submarina utilizando aquella idea. Según la ley de patentes americana, cuando una expira, el inventor tiene 6 años para exigir el pago. Pero Hedy no lo sabía.

Ese sistema de saltos de frecuencia es la base de sistemas como el GPS, Wifi, Bluetooth y satélites militares. Pero el reconocimiento llegó tarde. El mundo de las telecomunicaciones comenzaron a premiarla y reconocer su invención en los últimos días de su vida.

Hedy murió a los 85 años el 19 de enero del año 2000 mientras dormía tras haber sido vista solo por fuera. Su belleza encandiló al mundo, mientras su interior pedía a gritos ser visto de la misma manera. Lo intentó con seis matrimonios, compartió su mente con varias creaciones e invenciones. Rompió barreras apostando por sus propias películas mientras cumplía con la imagen de estrella glamurosa para complacer a Hollywood. Pero murió sin ser vista por quien era en realidad. Y hoy en día el mercado que ha expandido su invención está estimado en los $30 mil millones.

Y yo me pregunto ¿habría vivido el mismo olvido y segregación si hubiera sido hombre en aquella época?

El Nacional

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