Al margen de semejanzas conceptuales derivadas de definiciones contenidas en diccionarios que parecen igualar los términos, siempre he considerado que existen diferencias fundamentales, de manera particular en asuntos prácticos, entre honradez y honestidad. Tales discrepancias se ponen de manifiesto en determinadas circunstancias en que personas que pueden calificarse como honradas, no necesariamente pueden ser valoradas como honestas.
Algo como lo planteado, analizado con poco rigor podría parecer que no tiene trascendencia. Me adelanto a decir que difiero de esa interpretación porque entiendo que resultan terribles las consecuencias en que, personas honradas no asumen posiciones del todo honestas y eso, aun sin perder sus cualidades de honradez, las convierten en cómplices de actuaciones de quienes no son ni una cosa ni la otra.
La honestidad, desde mi perspectiva, tiene mayor connotación que la honradez, al extremo de que no todo el que es honrado, asume siempre actitud cónsona con la honestidad.
Lo penoso es que, con frecuencia, seres humanos que se autocalifican como honrados, participan de actuaciones o proyectos con otros que sin lugar a dudas se comportan con deshonestidad. En esas situaciones, los honrados se consideran eximidos de responsabilidad por no ser protagonistas directos de las inconductas. Eso no es así.
Actitudes como las anteriores no solo las rechazo, sino que las catalogo como mecanismos o subterfugios para engañarse a sí mismo y calmar de manera falsa una conciencia que, advertida de la mentira, no cesa de mortificar y perturbar el ánimo de quien pretende escudarse en un ardid y seguir adelante como si nada pasara. No reparan en el hecho de que al tribunal supremo que cada quien lleva consigo nadie puede escapar sin ser sentenciado sin derecho a recurso alguno.
Confieso que prefiero un perverso sin rubor que un honrado incapaz de reaccionar con el rechazo debido ante situaciones que él simula no defender, pero que las deja pasar sin elevar su voz de protesta, haciéndose un daño injustificado y al mismo tiempo provocando perjuicios en quienes son las víctimas de acciones que él no propicia, pero permite.
El descaro de quienes se comportan con esos niveles de doblez se magnifica cuando derivan beneficios de cualquier naturaleza de las actuaciones de los deshonestos. Resulta difícil separar, de un lado su falta de coraje para marcar distancia de esos escenarios putrefactos, y de otro su negativa a renunciar a los dividendos derivados de su anuencia, por omisión, al deshonor.