Mi añejo trajinar de comunicador social
En el mes de octubre de 1959 un grupo de amigos de mi barrio San Miguel cayó preso, acusados de conspirar contra el régimen dictatorial de Trujillo.
La prisión se debió a que la casi totalidad de los jóvenes del sector nos dedicábamos a escuchar emisoras extranjeras donde se hacían críticas al gobierno dominicano.
Estas provenían especialmente de estaciones de Venezuela, gobernada entonces por Rómulo Betancourt, enemigo acérrimo de Trujillo.
Aunque los calieses que nos delataron elaboraron una lista más amplia, la cual me incluía, solamente fueron apresados cinco.
Estos fueron Luis Martínez Cerón, apodado Luis Palito; Alcídes Suárez, Marcos Fanduiz, Virgilio Corso y Plutarco Suárez.
Este último fue ultimado en la cárcel porque había sido militar, a quienes su desafección a la dictadura era castigada con la muerte.
Luis Palito asumió la responsabilidad del origen de nuestras audiciones, por lo que permaneció siete meses encarcelado, mientras Marcos, Virgilio y Alcides estuvieron privados de libertad sólo por una semana.
El relato de este infortunado suceso se debe a que tuvo mucha incidencia en el descubrimiento de mi vocación periodística.
Y fue que mi vecino Papito Amiama, encargado de fotograbado del diario La Nación, conocedor de mi afición a la literatura, me aconsejó que ingresara como reportero sin sueldo de un periódico al borde de la quiebra.
Lo hizo considerando que siendo parte de un medio de comunicación oficial podría quizás evitar ser apresado por el hecho de haber figurado en un grupo que no simpatizaba con el gobierno “del jefe”.
La Nación sobrevivió unos tres meses a mi debut en el llamado cuarto poder, pero bastó ese periodo para quedar prendado del arriesgado pero fascinante oficio.
Pero en vista de la total falta de libertad de prensa en el país, finalizado el bachillerato comencé a estudiar derecho, una de las carreras próximas a las letras de las que se impartían entonces en la más antigua universidad del continente.
Con la caída del trujillato, y para ayudar a costear mis estudios, comprar libros y disfrutar de los placeres de la vida bohemia, comencé a laborar como locutor en varias emisoras radiales.
El inicio de mi amistad con el talentoso, reputado y combativo periodista y escritor Juan José Ayuso en 1962, me puso en contacto con la flor y nata de la comunicación social criolla.
Se debió a que en su casa se celebraban casi diariamente tertulias con periodistas destacados en las cuales yo participaba, y con quienes al convertirme en colega trabé fraterna y perdurable amistad.