El dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo no se conformó con tener de vez en cuando en la testa el ridículo bicorne, ni decenas de bruñidas medallas (chapitas) adornando un pecho donde palpitaba la soberbia, sino que también necesitó de la lisonja constante de una corte política, a la que luego sumó escritores, artistas, intelectuales, muchos de los cuales devinieron en bufones.
Trujillo se valió de tres décadas y construyó en la psiquis del dominicano aquello que “el jefe” es la figura ante el cual todo el mundo debe prosternarse, quien todo lo avasalla y penetra violentamente. Desde las instituciones hasta las más insospechadas y ajenas vaginas. El intelectual tenía en esa época un derecho a abrir la boca para la alabanza, y el dictador el método de cerrársela cuando ésta amenazara su poder omnímodo. Héctor Marrero Aristy es un ejemplo, y más allá de la frontera, Jesús de Galíndez.
Luego del ajusticiamiento de Trujillo, algunas cosas cambiaron sustancialmente. Una de esas es que el baúl de los carros no sólo debe ser usado para guardar o almacenar cachivaches sino también para casos especiales. Verbi gratia: guardar cadáveres calientes, el del Jefe fue uno. Los ajusticiadores en la autopista 30 de mayo establecieron jurisprudencia en ese sentido.
Muerto Trujillo ya no se necesitaba el poema, el ditirambo del discurso, la carta para la loa. Otros métodos surgirían para congraciarse con el poder, con el posible jefe. Y a partir del año 1996 cuando llegó el ex presidente Leonel Fernández al poder, es una clara señal de que otros aires soplaban con relación al poder.
Aquel muchacho de Villa Juana que jugaba baloncesto y que también tenía una afición especial por los libros, y que como señal de avance mencionaba siempre el Nueva York como símbolo de superioridad y desarrollo, instauraría otros métodos.
Venció al líder histórico del PRD, José Francisco Peña Gómez, en una histórica segunda vuelta, derrota para muchos más que amarga. Y no sólo lo hacía con el gran líder, sino también a una forma vieja de hacer política y sobre todo de establecer la relación con los artistas y los escritores con el poder.
Los años 90 fueron de gran cambio. Transformaciones a granel. La ciudad era otra, y los escritores dominicanos se abrían al mundo. En el año 1996 que llegara este joven a la presidencia imprimió otros rumbos.
¿Cómo reaccionaron los escritores ante este nuevo Presidente? ¿Qué actitud crítica tendrían ante éste? Hay hechos extraños, hay hechos como sacados de textos grimorios, como por ejemplo ese del Frente Patriótico que lo llevó a convertirse en presidente con apenas más de 40 años.
El político Joaquín Balaguer, un escritor y poeta que había sido ninguneado por sus contemporáneos y a quien la mayoría de artistas no reconocía como vate, fue el encargado de poner a Fernández en la presidencia.
A Balaguer lo calificaban como poeta menor, como un poeta de vuelos escasos. Cosa que le dolía a “Elito”, pues si de algo se preciaba era de ser un gran escribidor de versos.
Leonel Fernández inauguró otro estilo de relacionarse con los escritores. Muchos fueron al tren del Estado, muchos se montaron en el triunfo morado con mancha roja.
Los que probaron las mieles le cogieron el gusto, y no le importaría que le picaran las abejas con tal de seguir beneficiándose de panal del Estado. No era a una dictadura a los que tendrían que sumarse, no tendrían que vender su pluma, tan solo quizás su firma.
De ahí que posteriormente se inaugurara o se encarrilara todo el mundo a la costumbre de que cada cuatro años debía publicarse una página completa en un diario de circulación nacional con los artistas apoyando a un candidato presidencial. Oh extraños manifiestos, no literarios, sino movimiento pletórico de oportunismo en muchos casos.
¿La pluma o la firma?
Lo que se desataría luego del 1996 es parte de la historia y es lo que estaremos analizando en otras entregas.
El año 2000 es el parteaguas de esta historia de apoyos a presidentes por parte escritores y artistas… Continuaremos…
El autor es periodista y escritor.
Por: Eloy Alberto Tejera
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