Los titulares de periódicos, noticieros radiales y televisivos de cada día, revelan que convivimos en una sociedad con altos niveles de violencia.
Las diferentes modalidades en que se manifiesta ese flagelo dificultan hallar una fórmula eficaz para reducirlo a su más mínima expresión. No obstante, entendemos que, si ubicáramos las causas de la violencia en el marco de tres ejes principales, que podrían ser: social, económico y político, lograríamos identificar aspectos esenciales que, una vez controlados darían al traste con la presente situación.
Empecemos por el eje social para referirnos a la educación hogareña, que por ser primigenia incide en la conducta del sujeto de manera tan arraigada que modela su carácter como adulto. De ahí, la importancia de ocuparnos con toda dedicación y cuidado para que en el hogar prevalezca la equidad, el respeto, la integridad y la justicia; ese es el ámbito familiar donde se forjan los valores que determinan la existencia de mujeres y hombres de bien.
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Ya de adultos, surgen sueños y aspiraciones que nos impulsan a decidir la vía a tomar para realizarlos. Ese es el punto en el cual el eje económico toma especial importancia; dado que, la necesidad de recursos requiere tiempo y esfuerzos para solventar los costos que involucran esas pretensiones. Quizá la prisa por acortar la ruta y obviar esfuerzos, sea una de las causas que motorizan la corrupción y otros males que nos invaden.
El eje político registra las injusticias y privilegios propios de una gestión gubernamental inadecuada, lo que margina a un amplio sector de la población, convirtiéndola en caldo de cultivo para la delincuencia en todas sus manifestaciones.
El Estado tiene la responsabilidad de intervenir con prontitud y eficacia, a fin de reducir las desigualdades imperantes; porque si continúan…más temprano que tarde estaremos sumergido en el mar de la violencia.
Ojalá nuestras autoridades hagan conciencia de la situación y nos eviten el naufragio.