Opinión

Las botas de cocodrilo

Las botas  de cocodrilo

Todos los que siguen con atención la política dominicana dicen que hubo un momento cuando la estabilidad social estuvo a punto de resquebrajarse e írsele de las manos al Estado y la sociedad. Fue cuando los nacionaleros comenzaron a azuzar los peores sentimientos del populacho: el racismo, la demagogia y hordas fuera de sí tomaron el altar de la Patria, declararon traidores a connotados comunicadores e intelectuales; ahorcaron a lo Alabama a un joven inmigrante en el Parque Ercilia Pepín y un innombrable viceministro de Educación lideró una quema de libros en Santiago.

Enardecido, el neo-fascismo local llegó a desafiar a la comunidad internacional, exigió nuestra salida de la ONU, pidió la expulsión de Álvaro Vargas Llosa, y otras barbaridades.

Solo la enérgica respuesta del empresariado, iglesias, ONG, periodismo, embajadas e intelectualidad sensatas, impidió que la indignacion de otros sectores se extendiera a quienes azuzaban, señalados con nombre y apellido, para que supieran a qué atenerse. Y cierta tranquilidad ha vuelto por estos lares.
Lo mismo sucede en USA, donde Trump azuza, desde su inmenso poder mediático, los odios de una nación donde las fronteras de la tolerancia en ese gran “melting pot”, o salcocho, es bastante frágil.

No son ya los mexicanos, o musulmanes (Jeb Bush, casado con una mexicana y Obama, una obsesión de Trump desde que ganó las elecciones y a quien ha tratado de desnacionalizar acusándolo de musulmán), están fuera del juego, ahora sus cañones se enfilan hacia los únicos dos candidatos que pueden hacerle sombra: Bernie, a quien llama “comunista”, (aunque no es más que un socialdemócrata de avanzada, intentando lograr lo que Franklin Delano Roosevelt con su “New Deal”, para salvar lo que queda de su país) y Hillary, que al lado de Trump es Santa Teresa de Calcuta, y quien tiene más posibilidades de ganar y representar a un sector que Trump históricamente ha despreciado: las mujeres.

Por eso, si yo fuera candidata en USA, pondría mucha atención a cualquier hombre blanco y bien vestido, con botas de cuero de cocodrilo, y traje marrón con chaleco.

Soné que estaba en una reunión de Hillary con un grupo de mujeres, que me senté, cerca de una puerta, en el medio del salón, y que a quien estaba sentado junto a mi lo rodearon y al abrirle la chaqueta tenía un revolver de cobre y un cinturón con balas de cobre, y la pregunta que yo me hacía, aprisionada entre los guardias de seguridad y el hombre, era ¿y cómo pudo entrar sin que detectaran que anda armado?
Ahí desperté. Quien tenga oídos oiga.

Así es que ojo con las botas de cuero de cocodrilo.

El Nacional

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