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Libre pensar

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Ofrendas a 400 periodistas
(I)

Abrimos los ojos y miramos hacia las décadas pretéritas, y ya en las redacciones y en las arenas gremiales y académicas no vemos, aún desde los techos más encumbrados, a colegas de largavistas noticiosas, que han sido víctimas de la conjura del tiempo. Esos soldados de la pluma se marcharon hacia otra mansión, como un navío que a lo lejos se pierde en el transatlántico. Jamás volveremos a contemplarlos en la sobremesa, ni a escuchar sus silbatos.

Son cientos los de El Sol (1977-1981), El Nuevo Diario, el Palacio Nacional, Radio Popular, Hoy, Listín Diario, El Caribe, El Nacional, La Noticia, RTVD o CERTV y otros medios que están ausentes. Han viajado sin maletas, como tórtolas, a bóvedas celestes donde, sin pompas ni pleitesías, observan los pasos de sus antiguos compañeros que aguardan el turno para transitar, inevitablemente, por la misma ruta.

Los folios de los cortejos sepulcrales no terminan, y conservamos más de 20 exaltaciones/encomios que nos ha tocado pronunciar en camposantos, y que ahora forman parte integral del excepcional libro “El panegírico. Género laudatorio fúnebre”, que circulará el próximo año junto a otros tantos, y que será un acto récord universal.

En ese tinglado, tuvimos la dicha de compartir espacios de trabajo de periodistas que realzan por sus atributos y desprendimientos, sus camaraderías, miradas, posturas en las maquinillas, sus léxicos, necedades y manías.

Y los recordamos por sus locuacidades o chácharas, lozanías, sus prisas, sus vestidos anticuados, autoalabanzas, sainetes, hombrías, sus quejas por los salarios mediocres y por sus afanes detrás de los “palos” noticiosos.

Hasta donde alcanzan las retentivas -en el rescate de anonimatos y de un trozo de la memoria histórica del periodismo- evocamos a los del período 1976-2021, que han dejado de inspirar por desgastes físicos naturales, asesinatos o accidentes de tránsito. Y, en esos 45 años retornamos, ostentosamente, a un pasado cuasi legendario, en que nostálgicamente se acoplan un romanticismo rollizo y un presente envejeciente, ensortijado de curiosidades, en una curva prudente y discreta, con la esperanza de arribar, gallardamente, a la ancianidad.

En el rompeolas de reminiscencias, encarnadas en un arcoíris de pasiones utópicas, conmemoramos a los periodistas, fotógrafos, camarógrafos, locutores noticiosos, ejecutivos, académicos y gremialistas finados que en sus tumbas debemos depositar flores, porque fueron forjas de la democracia y la libertad, en el vértigo de los conflictos y el ángulo de las denuncias más espectaculares.

Más de 400 rostros -citamos sus nombres en internet-, que nos dijeron adiós a destiempo para ir a las delicias del paraíso, se estampan como paraguas en las bulliciosas salas noticiosas, que engarzan con cinturones infinitos en estanterías y canillitas. Sus modales se han grabado en cristales rítmicos y armoniosos.