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Lo difícil de resistir y estar vivo

Lo difícil de resistir y estar vivo

Existir es el mayor acto de resistencia. Hace que, casi sin quererlo, el ser humano cierta heroicidad roce. Al existir nos resistimos inexorablemente a la muerte, a abrazar lo que nos elimina de la faz de la tierra.

Instintivamente surge el esfuerzo, la batalla para existir, para no dejarse arrastrar por aquella que consideramos siempre aliada a un elemento oscuro: la parca. Y en ese zigzag existencial maniobramos en débiles naves para no enrumbarnos en la barca de Caronte. Ese bajel que conduce hacia un sitio de inquietante y final silencio. Hasta en el reino animal uno contempla como las cucarachas tratan de eludir las pisadas y los zancudos las manos que podrían conducir a su aplastamiento.

Uno se levanta, acude a la pasta de dientes para que no termine saqueada la boca (recordando a Borges), al espejo quizás para ratificar el rostro y su esmirriada lozanía; se baña, (el cuidado del cuerpo, que hasta los griegos y egipcios hablaron de ello con deleite), se viste, va al retrete, se afeita, cumple con la rutina de 8 a 5 para pagar las facturas, va al concierto, asiste, por ejemplo a insulsos foros, congresos….Uno se encarama precariamente a esa cresta de lo que llamo la resistencia.

Hasta leemos los titulares para enterarnos de los más recientes crímenes y salvaguardarnos de los cacos y nuevas trampas y tretas del crimen, siempre organizándose magistralmente. La tirilla policial o la sección de esquelas nos sobrecoge. Si se entera de la muerte de un amigo, ponemos la barba en remojo.

El que puede y tiene los cuartos o el «cash» revisa cuando tiene que hacerse el chequeo médico ejecutivo para ver cómo andan los «féferes» ahí adentro y no sorprenda a uno asando batatas un ataque al corazón o un implacable cáncer. Bien sabe uno hay algo invisible que termine devorando el cuerpo. La fragilidad define al ser humano. No hay de otra.

Así que el libro de autoayuda, el sillón del siquiatra, las vitaminas para fortalecer las células o el poner vidrios tintados al vehículo para protegernos ante la creciente amenaza y la exponencial delincuencia citadina, son maniobras para continuar en la existencia, movimientos que delatan a personas que quieren vivir, prolongar los días, resistir, en cierto sentido..

En definitiva, todo acto individual de vivir, aunque precariamente, de tener los ojos abiertos y alivianarse en cierta conciencia, expresa un acto de resistir. Y ni hablar al embate, del divorcio, de las enfermedades, de los distanciamientos, de las decepciones que sufrimos a lo largo del tiempo.

Ante todo el panorama, nos resistimos. Uno se resiste. Y es la terquedad, la madre de esa resistencia.

Y hay una resistencia, la más importante, que parte del ser individual, que le concierne únicamente al individuo. Esa no es transferible. Con esa no se puede jugar a los dados.

Resiste uno para no perder la dignidad, el equilibrio espiritual, y lo que se considera mínima decencia. De ahí que se trate de construir ciertos castillos inexpugnables, a los que no puede hacer grietas la maldad, el frío del mundo o la maledicencia. Y me refiero a vivir con poco, y guardando la distancia.

Pero resiste también uno cuando protege su inocencia. Esa inocencia de la que hablaba el filósofo Jiddu Krishnamurti y que consiste en saber y percatarnos que estamos llenos de tantos prejuicios, que tenemos una carga que no nos deja ser en términos esenciales. Si nos resistimos a la carga de la raza, de la religión, de la nacionalidad, de las creencias, de las ideologías, seremos resistidores más auténticos, seres más libres.

El autor es escritor  y periodista.

El Nacional

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