Opinión

¿Lula inocente?

¿Lula inocente?

Pedro P. Yermenos Forastieri

El caso del expresidente de Brasil, Luiz Inacio Lula Da Silva, de ninguna manera puede ser desvinculado del que atañe a la empresa Odebrechet, oriunda de ese país, con sus tres componentes fundamentales:

Sobornos pagados para ser beneficiaria de la construcción de obras; grosera sobrevaluación de las mismas que permitía la recuperación del dinero entregado para obtenerlas y la consecución de fabulosos beneficios y, por último, el financiamiento de candidaturas presidenciales que, ganadas las elecciones, aseguraran la materialización de ese círculo vicioso de corrupción e impunidad.

Los efectos de ese tsunami voraz y putrefacto se han sentido con muchísima fuerza en varios países, en los cuales, prominentes figuras políticas y empresariales han sido encausadas, sometidas a la justicia en procesos judiciales bien llevados con suficientes elementos probatorios y algunas han sido encarceladas.

No obstante, la inminente aplicación de una pena privativa de libertad de un personaje que, como el líder del Partido de los Trabajadores de Brasil, era todo un ícono de la política latinoamericana, constituiría la consecuencia de mayor trascendencia en este ámbito.

La discusión no se ha hecho esperar. ¿Representa la inclusión de Lula en este expediente espeluznante una manifestación de persecución política de sus adversarios ante su posicionamiento en las preferencias del electorado para las próximas elecciones o, por el contrario, tiene asidero el sometimiento del que ha sido objeto?

En este caso hay un hecho que me parece incontrovertible, es decir, no se discute su veracidad dada su innegable realidad: Tanto Lula como la pasada presidente Dilma Rousseff fueron promotores furibundos de la empresa responsable del entramado mafioso y se les veía con frecuencia cabildeando asignaciones de obras para ella.

Nosotros, como país, tenemos constancia de eso porque nos visitaron en esos trajines y recibieron mandatarios dominicanos con similares propósitos.

Que nadie intente convencerme de que tales gestiones tenían por finalidad exclusiva tramitar trabajos para empresas brasileñas por la repercusión que eso puede tener en la economía de esa nación y por tratarse de la moderna manera de ejercer la diplomacia. Ese trago de acíbar no lo apuro.

¿Qué queda entonces, valorar la justicia del gigante sudamericano como una entelequia de peleles que actúa bajo la influencia de rechiflas politiqueras a través de las cuales se eclipsan carreras de gobernantes a cuya veneración hasta hace poco casi todos concurríamos? Valoraría como mejor conclusión que nos dedicáramos a abrevar en esa fuente que tanta falta nos hace.

El Nacional

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