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Militante

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Pedro P. Yermenos Forastieri

Desde sus años de adolescencia, empezó a manifestar interés inusitado por la política. Sus primeros intentos de militancia se produjeron cuando amigos de su hermano mayor visitaron el pueblo tratando de constituir células de una organización en formación que se llamaría Coalición Patriótica Antiimperialista. Una jovencita sintiendo atracción por ese tipo de cosas, resultaba extraño.

Se visualizaba como toda una activista, preparando mítines; estudiando historia; recolectando fondos; adoctrinando personas y hasta a recibir entrenamiento militar estaba dispuesta. Mujer de armas a tomar.
En esas estaba cuando conoció al líder legendario que, pese a sus muchos años, decidió fundar una nueva entidad partidaria. Eran tales las maravillas que anunciaba como características del nuevo proyecto que presentaría a la nación, que la chica se sintió seducida y representada con el esquema que se anunciaba.

Lo que más le atraía era la formación imprescindible que había que adquirir a través de los planes educativos que debían agotar los aspirantes a integrar lo que más que una organización política, parecía una logia de futuros monjes enclaustrados.

Ejercía con entusiasmo la totalidad de las tareas que le encomendaban, por duras que pudieran parecer. Colocar afiches en lo alto de postes eléctricos. Pintar paredes para hacer murales. Limpiar los espacios terminadas las manifestaciones. Visitar casa por casa vendiendo las publicaciones del partido. Y, lo más difícil, amanecer haciendo guardia en el local principal y en la vivienda y oficinas del líder.

Nadie como ella asumía el compromiso de una membresía a través de la cual canalizaba sus enraizados sentimientos patrióticos y su vocación genuina de aportar en la construcción de un país que enarbolara con orgullo las ideas de los forjadores de la nacionalidad.

En la reunión orgánica de cada siete días, después de las sesiones de estudios, presididas por un dirigente de cierto nivel, se distribuían los trabajos, de manera particular los correspondientes al siguiente fin de semana. De esa manera supo que, de la noche del sábado al domingo, le correspondía custodiar la sede nacional.

Allí llegó a las diez. Fue recibida por los compañeros que finalizaban su horario. Con algún retraso llegaron quienes compartirían con ella la faena. Todos hombres. A eso de la medianoche prepararon un café. Apenas terminó su porción, el mundo le parecía patas arriba. Perdió todo dominio de su frágil anatomía. Apenas recobró la conciencia al filo del amanecer, cuando pudo constatar el ultraje despiadado del que fue víctima.