Un amigo, a quien conocí en la desaparecida Comisión Presidencial para la Reforma y Modernización del Estado, nos advertía en grupos de discusión de cómo nos complicamos con cualquier cosa, y citaba el caso de nuestra Constitución.
Para nuestro amigo había en la Constitución damasiado texto para decirnos poca cosa cuando hay acuerdos internacionales, del Estado con los Estados latinoamericanos, con cortes internacionales y, por demás, habiendo una Carta Internacional sobre los Derechos Humanos, de los adultos, de los jóvenes, de los niños, derechos sobre la mujer, compromisos ineludibles suscritos a troche y moche con cualquier otras partes del mundo.
Insistía este amigo, formado en química y por demás filósofo, con una capacidad extraordinaria de razonamiento, que tratados internacionales sobre distintos temas que trazan pautas y/o amparan a los ciudadanos y norman las relaciones y aspectos conductuales de Gobiernos y Estados, expresan por sí el texto constitucional deseado.
Según esta reflexión, la Constitución quedaría resumida en pocas líneas, en lineamientos generales y específicos sobre reglas o acuerdos internacionales insoslayables con incidencia local.
El debate de nuestro amigo data de mediados de los años noventa del pasado siglo, y hoy, con el paso de los años, lo entiendo y comprendo, me sumo a su lógica. Por ejemplo, los estatutos de cualquier partido político, club social o cualquier otra organización, son folletos larguísimos e incluso los acuerdo gremialistas, porque todos queremos que figuren nuestras palabras e ideas.
Otro amigo, quien hoy está en la dirección de uno de los diarios nacionales, en cierta ocasión me llamaba la atención precisamente sobre los textos largos, y hacía referencia al periodismo de los norteamericanos respecto de los latinos o de los hispanos. Igualmente, cuando leíamos pactos y proclamas resaltaba cómo se reflejaba la necesidad personal “de que lo mío debe aparecer ahí”.
En los años ochenta, cuando hice labor de periodismo de investigación para los diarios Hoy y EL NACIONAL, recuerdo los textos larguísimos que escribíamos. En una ocasión, Cuchito Alvarez, siendo director de Hoy, me pidió artículos cortos para colocarlos en primera página, y el resultado fue exitoso. Sin embargo, de los artículos largos, muy bien ilustrados, me decían en la calle: “vi tu trabajo, lo recorté para leerlo después y comentártelo”. Pocas veces fueron leídos.
Azorín aconsejaba frases u oraciones cortas para construir párrafos cortos. El detalle de algunos párrafos con excesivos puntos y seguidos es que tienden a hacer poco ritmicos. Al final, todos queremos comunicar e informar, y que se recuerde los escrito o dicho, y poco a poco he podido percibir que mientras más hablamos menos nos entienden.