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¿Mujeres de vida alegre?

¿Mujeres  de vida alegre?

Recuerdo aquella muchacha de mi barrio de cabellera color castaño, piernas hermosas, paso lento y mirada triste.
La estaban criando, como se dice en el lenguaje popular dominicano, en la casa de unos parientes, que según me enteré no le daban buen trato.

Quizás para salir de su condición parecida a la de una trabajadora doméstica, se fugó una noche con un hombre, que poco tiempo después la abandonó.

Como apenas había cursado la enseñanza primaria, y quizás no quiso retornar al presidio hogareño donde residía, se vio obligada a ejercer la prostitución en un conocido lenocinio de la capital.

Tres jóvenes de la barriada, al enterarnos, decidimos visitarla allí, y nos recibió con el rostro ruborizado, agachado por la vergüenza,

Nos explicó que casi la totalidad del dinero que producía se quedaba en manos de la propietaria del burdel, y que como consecuencia del oficio había contraído una enfermedad venérea, la cual había superado.

Atribuyó el percance a su inexperiencia, y aseguró que desde entonces obliga a usar condón a sus clientes, lo que ha disminuido la cantidad de estos, provocando que sus patrones amenazaran con despedirla. Contó, llenos los ojos de lágrimas, que había recibido un par de golpizas de acompañantes de lecho, a quienes había reclamado el pago de sus caricias, y quienes finalmente la habían estafado. Es lo que se conoce en el argot prostibulario como “echarle un cubo”.

Para enfrentar contingencias de esa naturaleza, se había amancebado con un hombre, el cual se convirtió en un espaldero que cobraba caro sus servicios..

Compadecidos, mis amigos y yo, hicimos una colecta, y depositamos en sus manos la modesta suma, que aceptó a regañadientes, porque nuestro aparente desinterés por sus encantos hirió su vanidad de mujer..

En mis días de estudiante de primaria y bachillerato, como miembro de una familia de baja clase media, no disponía de dinero para disfrutar de las caricias fugaces del amor comprado.

Sin embargo, visitaba con amigos el entorno de algunos prostíbulos de las barriadas capitaleñas de Villa Francisca, Villa Consuelo, y Borojol, para contemplar desde sus puertas y ventanas a sus danzarines.

Estas parejas bailables las formaban meretrices con sus clientes, y las melodías surgían de velloneras, al conjuro de monedas de cinco centavos que echaban los parroquianos en sus bocas metálicas.
En uno de estos lugares de diversión ejercía una muchacha de elevada estatura, cintura estrecha y plana, pechos levantiscos y rostro agraciado.
Y como si su encanto físico no bastara, bailaba con gracia de rumbera de película mexicana de esos años , por lo cual era la favorita de la clientela del establecimiento.

Como vivíamos tiempo de la llamada Era de Trujillo, los negocios de mala reputación eran visitados con frecuencia por patrullas militares, especialmente para pedir a los presentes los llamados tres golpes.

Estos consistían en la cédula personal de identidad, el carnet obligatorio del Partido Dominicano, único permitido, y el del Servicio Militar Obligatorio de los hombres.

Carecer de alguno de estos documentos podía significar la detención del infractor, salvo que para librarse de ella mojara con caricia adinerada las manos de los militares o policías.

Los lupanares de entonces estaban ubicados en casas de fea apariencia, generalmente de maderas o bloques, con techo de zinc, donde combatían el calor imperante abanicos colgados de sus techos.

Aunque el término que se usaba para la espera de clientes por parte de las meretrices, era el de “hacer sala”, muchas lo hacían en los patios, junto a rústicas mesas cubiertas por manteles plásticos de vivos colores.

Las discusiones y los pleitos a puñetazos, puñaladas, botellazos, y hasta sillazos, eran frecuentes en los lupanares, por lo que parroquianos y prostitutas preferían las mesas adosadas a las paredes.

Un amigo, frecuentador de estos llamados lugares de esparcimiento, me hizo un chiste, en el que los personajes eran una mujer que vivía de amigos, y uno de sus clientes.

Finalizado el contacto sexual, que realizaron con luces apagadas por petición del hombre, este le dijo antes de marcharse:
-Ahí, encima de la mesita de noche, te dejé algo para el pollo. Al día siguiente, al levantarse, la mujer encontró sobre el mueble numerosos granos de maíz.

El Nacional

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