El historiador y catedrático universitario Francisco Berroa Ubiera niega que el mayor general Arturo Rafael Espaillat Rodríguez (Navajita) escribiera el opúsculo de 188 páginas titulado Trujillo, El Ultimo de los Césares, y atribuye su autoría al norteamericano Robert Emmet Jhonson, elemento sombrío vinculado en su época al aparato de inteligencia de los Estados Unidos.
El mayor general Arturo Rafael Espaillat Rodríguez es hasta hoy, el único oficial de las Fuerzas Armadas dominicanas graduado en la Academia de West Point, en Nueva York, promoción del año 1945, que es donde se forman los oficiales del Ejército de EEU, en Annápolis, Maryland, los oficiales navales y en Boulder, Colorado, los de la Fuerza Aérea.
Desde un principio, 1947, el mayor general Espaillat se vinculó a los servicios de inteligencia de la dictadura del generalísimo Rafael Leónidas Trujillo, a dos años de su graduación, permaneciendo 15 años en esos servicios, y 54 años después de liquidada esa etapa nefasta en la historia nacional, nadie lo ha vinculado a un crimen, tortura o desaparición, contrario al tétrico teniente coronel Jhonny Abbes García que dirigió el siniestro Servicio de Inteligencia Militar, el temido SIM, odiado hasta por los miembros regulares de las FFAA de la tiranía y al odiado capitán Víctor Alicinio Peña Rivera, jefe del SIM en Santiago de los Caballeros.
La obra que refiere el historiador Berroa Ubiera fue publicada original en inglés en Montreal, Canadá, donde residió por breve tiempo el general Espaillat, y luego editada en español por el notable periodista Julio César Martínez, vegano como el general Espaillat, pésima edición de 189 páginas, sin fecha de edición, bibliografía ni índice alfabético, un desastre editorial, pero testigo de valor relativo.
Es posible que el historiador Berroa Ubiera detectara que el general Espaillat no escribiera la obra por el indicio de que dedica 14 páginas a las truchimanerías de los famosos aventureros bergantes general William Cazneau, su esposa Jane, a quien el opúsculo califica de filibustera, y su socio Joseph Fabens, el año 1854, acorados en una empresa fantasma que se llamó West Indies Company, que pretendió comprar a Santo Domingo comenzando por pedazos, con el consentimiento del apátrida presidente Buenaventura Báez Méndez, nada extraño en su coherente actitud antinacional.
Así desglosa la frustrada aventura de otro bergante llamado Serge Rubinstein, que, alega la obra, propuso al generalísimo Trujillo crear un paraíso fiscal como, puso de ejemplo, Suiza y Tánger, porque en esa época no habían surgido los paraísos fiscales de Lichenstein, Panamá, Gran Caymán, Vaduz y San Marino.
Son temas, conforme es posible apreciar, muy ajenos a la época y las funciones de un oficial de inteligencia de la Era de Trujillo, y es posible que allí surgiera, con razón, la sospecha del historiador Berroa Ubiera de que el general Espaillat no escribiera la obra y que los relatos concerniente a su tiempo los dictara al espía norteamericano Johnson.
El general Espaillat fue reconocido, y lo es hasta hoy, como un competente oficial de inteligencia, pero eso no traduce que dispusiera de aptitudes de escritor, y comparaciones análogas se repitieron con el coronel Abbes García que redactó en forma pésima sus memoria y el lúgubre capitán Víctor Alicinio Peña Rivera que escribió dos libros acerca de su actuación como jefe del SIM en el Cibao con asiento en Santiago de los Caballeros, y pasó la orden del jefe de las Fuerzas Armadas, mayor general Virgilio García Trujillo para eliminar a las hermanas Patria, María Teresa y Minerva Mirabal, impartidas incuestionablemente por el déspota.
El general Espaillat fue el primero que identificó el magnicidio del generalísimo Trujillo, porque cuando se produjo el hecho, cenaba con su esposa Ligia Fernández en el restaurant El Pony, vio pasar el vehículo de El jefe y escuchó los disparos, y se dirigió al lugar donde percibió sonaron, vio el cadáver del déspota y giró raudo a la casa del secretario de las FFAA, mayor general José René Román Fernández para informarle lo visto, ignorando que el jefe militar era parte de la célula del complot.