Génesis
Soy yo mismo la materia de mis libros?” La cita es de Montaigne, los signos de interrogación míos.
Estoy por creer que solo se escribe aceptable de lo que siempre ha obsesionado, de lo que siempre se anda pensando, desde la primera edad.
En poesía, las primeras pautas la marcan las influencias; en prosa, conocerse así mismo, tener experiencias y traquetear al dolor de estar vivo y superarlo con honorabilidad. Después sabemos que ese dolor, bien sondeado, sirve para uno que otro verso se pueda leer con cierto respeto. Como se llega fragmentado a la eternidad, hay que empezar a rogar temprano porque sobrevivan un par de versos, con lo que un lector ocasional y de antologías, se emocione.
En poesía, para dar con un acercamiento hay que ser un buen poeta, buen lector, metafísicamente hablando. Esto no quiere decir que los únicos que tienen juicios válidos sobre otros poetas, son los que han escrito significativos poemas. Las novelas, cuentos, ensayos y otros géneros de prosas necesitan de otro acercamiento. Yo, como garabateador de páginas amarillas y blancas aspira a una línea que pueda leerse con emoción o rechazo. ¡Oh sapiente lector espero que sobreviva una línea mía, para que me maldigas con causa!
Gozar de este día
Cuando un verso resume a la totalidad del poema, las demás partes dejan de tener sentido como goce estético, aparentemente. Los poemas que convidan al momento, al instante de luz a la conciencia, de súbito, un verso brillante deja de ser un cuerpo extraño a la totalidad.
Pasa a ser un empujón al fondo de lo que late, duele o da alegría de lucidez no despierta, a tientas de ese largo insomnio que es escribir poesía. Un verso es la caza, el tocar a la puerta, el diálogo nunca recordado (solo en sueño) de la realidad. Citar algunos versos sería pretencioso a los motivos de estas ideas.
Maya
Las ilusiones no se fortalecen con el tiempo. Es un lugar común en la cabeza de cualquier ser humano, transcendente o intrascendente. Las ilusiones provienen de manejar términos abstractos con la realidad que nos esforzamos en vivir, en dilucidar, en refugiarnos. Las ilusiones son palabras prescritas por el otro yo, por la sombra del árbol genealógico. Las ilusiones están emparentadas con estas palabras, justicia, verdad, felicidad y amor, a las que se deberían odiar, pero el odio, en mi caso, está enfermo. Y cuando se está enfermo de algo, hay que tener esperanza.
Mal de siglo
Deberíamos evitar personas que quieran parecérsenos. Evitar influenciar a nadie. Admirar a media tinta, con palabras que haga imposible consultar al diccionario. Estos tiempos no están para eso, pienso de esa manera porque la única cosa que he querido parecerme, es a mi espalda, y ya podrán imaginarse que eso es imposible de lograr. Si meditamos bien, todos los problemas que acarreamos es por querer parecernos a nuestros padres, amigos, cantantes, peloteros y lo más inconcebible, a un político (parecerse a un militar ya no está tan de moda, son simples mortales). Si un hijo quiere parecérsenos, contratemos, ya que está tan de moda, a un testaferro para que lo abofetee, no más de tres veces, para no crearle problemas de personalidad, y si persiste hagámosle saber de nuestros defectos que no les comunicamos ni a nuestro corazón, por aquellos, que si usted quiere que algo no se sepa, no se atreva ni a pensarlo.
Entre hermanos
Solo la mención de la palabra dolor nos sobrecoge y volamos hacia el dolor último, al que aún permanece y no se ha ido del todo. La memoria del dolor nunca se va. Se transforma, se oculta ante una vaga sonrisa, que más que un gesto de alegría, es una mueca; de ahí que hay sonrisas que se asemejan más a una mueca, que a lo que supuestamente significa que transitamos en ese instante de alegría. Solo el dolor es verdadero y ondea la condición humana, de que solo a partir del dolor nos hacemos más comprensivos, aunque sea una comprensión para la muerte.
El autor es abogado y escritor.