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Pedro Henríquez Ureña El hispanista anglófilo

Pedro Henríquez Ureña El hispanista anglófilo

Cuando leemos su nombre, recordamos al académico sentado en la cátedra Norton, de Harvard, disertando sobre literatura latinoamericana; también, lo evocamos como el autor de la tesis esencial para la métrica hispánica: La versificación irregular en la poesía española.

Además de esos logros, Pedro Henríquez Ureña se destacó por difundir las literaturas inglesas en América Latina.

Su fecha de entrada al mundo angloparlante: 1901.Tan pronto pisó Nueva York el teatro lo sedujo. Era joven, mulato y extranjero, pero dijo lo que pensaba: “el gusto no muy refinado del público anglosajón”. Con sólo veintiún años escribió sus “Ensayos críticos” donde ya se observaban “rasgos de una madurez sorprendente por la perspicacia de su inteligencia, la capacidad por la expresión literaria, siempre afanosa por el rigor y la precisión como notas de un estilo superior”, según Enrique Zuleta Álvarez en el prólogo de las “Memorias” (F.C.E., 2000).

En esta obra, hay un trabajo titulado “Tres escritores ingleses” que trata sobre Wilde, Pinero y Shaw. En el ensayo sobre Wilde, está presente una de las constantes que acompañará toda la trayectoria de Pedro como crítico de las literaturas inglesas: la actualidad. Uno de los textos de Wilde analizados es “De profundis”, publicado en 1905.

El joven crítico tiene acceso al texto ese mismo año. Estar al día sobre lo que se escribía en inglés será una costumbre para quien en el 1939 publicaría el ensayo “De las vidas de Shakespeare”, en el cual mencionaría un manual de ese mismo año, “Introducing Shakespeare”, de G.B. Harrison, entre otros recientes.

Retornando a Wilde, Pedro inicia su ensayo destacando el final atropellado del irlandés. El dominicano daba sus primeros pasos por el continente con la “Moral social” de Hostos en la cabeza, como hoy otros lo hacen con Zizek o Chul Han, de manera que su condena de los actos de Wilde no puede (eso creo yo) ser vista como ultraconservadora: era de esperar en un hijo de su época. Su crítica moral es radical: “(el) perdón, que no puede concederse a quién pecó conscientemente”.

No obstante, desde sus inicios como crítico tenía presente que una cosa es la obra y otra el autor. La crítica literaria pura, para él, consiste en la evaluación estética. Años más tarde, Henríquez Ureña tradujo dos obras de Wilde: “Huerto de Granadas” y “Salomé” (Ediciones Cielonaranja, 2015). Luego de Wilde, estudia al hoy olvidado Pinero, y, después, al inolvidable Shaw, otro irlandés. De hecho, el crítico subrayaría en otro texto las contribuciones de Irlanda a la literatura inglesa.

En su biografía “Pedro Henríquez Ureña” (2000), Enrique Krauze destaca las simpatías del dominicano hacia las letras inglesas por encima de las francesas o rusas. Sin embargo, estas simpatías no impidieron que Pedro colocara a los británicos en una tradición mucho más abarcadora: la occidental. Por eso, señala la influencia de Ibsen sobre Shaw, o de Baudelaire sobre Wilde.

En sus “Notas sobre literatura inglesa” (1928) continuaría sus estudios sobre Shaw. Además, aborda la novelística de Jane Austen: “viva intuición psicológica; claro sentido de la realidad; don de la ironía; estilo fácil y terso, a la vez familiar y depurado…”. Luego de Austen, dialoga con uno de sus héroes: Menéndez Pelayo. El español había escrito sobre la literatura inglesa en su “Historia de las ideas estéticas en España”. Según Henríquez Ureña, esa fue su obra maestra, pero con errores de apreciación sobre algunos escritores ingleses.

No todo fue Inglaterra, ni Irlanda: también estudió la literatura estadounidense. En el 1915, “El Heraldo de Cuba” lo contrató como corresponsal en los Estados Unidos, con la columna “Desde Washington”.

La mayoría de los escritos son políticos, pero no abandonó la crítica literaria. En “Poetas de los Estados Unidos”, escribe un diálogo a lo Oscar Wilde en “El crítico como artista”.

En el texto de Pedro, “El recién llegado” y “El residente” discuten sobre los poetas estadounidenses del momento. Además de los estadounidenses, menciona a Salomón de la Selva, el nicaragüense que “escribe mucho mejor en inglés”.

Sus reflexiones sobre las letras estadounidenses desembocaron en un ensayo genial: “Veinte años de literatura en los Estados Unidos”. Al iniciar el siglo XX sólo había estancamiento: cuentos y novelas realistas, pero con prejuicios morales y religiosos (el hombre del 1928 no es el chico del 1905); ensayos llenos de cultura, pero con observaciones discretas.

Un grupo heterogéneo había coincidido en el 1907: William James, George Santayana, Edith Warthon, Henry Adams: pero ellos eran la transición, no la novedad. El cambio rotundo vendría por otros.

El trabajo de aquellos que poseían una nueva estética se dio entre 1910 y 1915. Con esa seguridad examinaba y escribía sobre las literaturas inglesas aquel que sabía de lo que hablaba cuando el “speak English” no era común en los latinoamericanos.
El autor es el autor de Letras Puras.

El Nacional

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