Opinión Articulistas

Pobre muchacho

Pobre muchacho

Pedro P. Yermenos Forastieri

Fue concebido en una noche de parranda. Su mamá, la mujer más apetecida de la ciudad, se dejó seducir por los efectos embriagantes de la mezcla insólita de sustancias fuertes y la insistencia de un hombre particularmente atractivo.

Pese a la disposición de ella por no dejar progresar aquella mala pasada del festín, el cómplice del mismo se negaba a contribuir con la solución.

De esa manera, antes del noveno mes todo estaba consumado.
Finalizaba una etapa del proceso y empezaba otra que marcaría un destino desdichado para un niño que nada tenía que ver con la desfachatez de los protagonistas de sus días.

Como era previsible, la relación de sus padres no traspasó el umbral de aquel encuentro desenfrenado y fortuito.

Eso repercutió de forma dramática en una criatura que nunca supo a ciencia cierta qué era un hogar ni recibió el seguimiento sistemático de dos personas llamadas a ser decisivas en su formación.
Ella era obsesiva con la belleza y el cuidado personal.

Todo tenía un lugar secundario ante esas que eran sus prioridades esenciales.
No importaba que lo relegado fuera nada más y nada menos que un hijo.

Él, un joven que extraía el máximo provecho al influjo irresistible que ejercía en las mujeres.
En medio de tales vanidades, un ser inocente fue haciéndose grande en medio del más absoluto desamparo.

Para la madre, su única preocupación era que el muchacho no interactuara con su tío materno, no fuera a ser que lo contagiara con esa preferencia sexual distorsionada, porque cualquier cosa podía tolerar, menos que un descendiente suyo no fuera un macho de verdad.
Nunca pudo aceptar que, dentro de su familia, a la que consideraba perfecta, su hermano hubiese salido torcido.

Esta víctima desdichada de dos irresponsables empezó a deambular por el mundo, refugiado en brazos de parientes que hacían lo mejor posible por subsanar sus evidentes déficits.
Pero el daño fue profundo.

Era una persona triste, depresiva y solitaria, con pésima relación con unos progenitores con quienes nunca se sintió identificado.

Planificó todo con especial esmero. Les solicitó a ambos que lo recibieran en la casa de sus abuelos paternos porque tenía algo trascendente que comunicarles.

Quedaron de reunirse dentro de tres días.

Llamó para confirmar que habían llegado porque no quería ser el primero. Entró tomado de la mano de su pareja y lo soltó de golpe: Les presento a Daniel, mi novio.