Articulistas

Prostitutas

Prostitutas

Fernando De León

El tema que abordaré a continuación, responde a que nunca he abjurado de las características del entorno en que crecí. Con este artículo quiero recordar a modo de homenaje, a las prostitutas de aquellos tiempos.

Debo aclarar que no me centraré en la libido o lances sexuales con estas mujeres que, en un tiempo, despectivamente, se les llamaba cueros; hoy trabajadoras sexuales, aunque algunos que todavía las menosprecian y estigmatizan, simulan ser considerados.

Muchos de los que crecimos en los barrios de la parte alta de la capital, sobre todo en Villa Francisca tuvimos relaciones  con prostitutas. Algo normal en un jovencito cuando las hormonas reclaman de sexo.

Crecí y adquirí conciencia viviendo en la calle Las Honradas. El patio donde estaba mi humilde hogar (creo que todavía existe), era paralelo a la calle Ravelo a esquina Vicente Noble, exactamente donde estaba ubicado el bar “El bombillo rojo”. En su obra La fiesta del chivo, erróneamente, Mario Vargas Llosa, lo ubica en la calle Barahona.

Aparte de ciertas inquietudes musicales por línea materna; los De León, mi pasión fue estimulada con suficiencia precisamente en la zona  donde vivía: Borojol.  Prácticamente, la cabecera de mi cama estaba empotrada en una vellonera. 

En las madrugadas, mientras dormía, disfrutaba de los aires musicales de los grandes boleristas; sones, rancheras, guarachas y los intérpretes de tangos. Claro, oía lo rítmico de las ahora tecnificadas y aceleradas ejecuciones que en la actualidad llaman bachata. Para mí tiene su origen en Puerto Rico.

Merodeaba por la emblemática  “La Carreta”, y otras; situadas en el trayecto de la avenida Vicente Noble hasta llegar al lupanar denominado “Montaña azul”, frente a las ruinas de Santa Bárbara, es decir, donde comienza la avenida Mella.

Me familiaricé con algunas de las prostitutas que frecuentaban estos establecimientos.   Incluso, cuando cruzaba para ir a la escuela Costa Rica y más tarde a la Padre Billini de la calle Mercedes, algunas me obsequiaban con cinco o diez centavos.

 Esas mujeres eran cariñosas; no decían “malas palabras”, a menos que no se pelearan entre ellas, y eran hasta más decentes que cualquier doncella.

Por: Fernando De León (fernando26.deleon@yahoo.com)

El Nacional

La Voz de Todos