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Son y prostitutas

Son y prostitutas

Fernando A. De León

Juana (mi madre), nunca se enteró de mis distracciones y embelesos, cuando iba a la escuela.

Bajaba por la avenida Vicente Noble y me detenía en aquella barra-prostíbulo: “La Carreta”. Decían los mayores que era de mala muerte.

El lupanar se encontraba en la respaldo Doctor Betances con la citada vía. A pocos metros, en otra esquina pero en la acera de enfrente, en lo que llaman El Timbeque; estaba el local que alojaba las oficinas de POASI.

Estas mujeres prostitutas, ya me conocían. Como desde pequeño fui sandunguero y me atraía el son, las guarachas y otros ritmos movidos, solía pararme en la acera, próximo a la entrada, y disfrutaba bailando aunque ya se aproximaba la hora de entrar al aula de la escuela elemental Trujillo-Hall. Más tarde, llamada Costa Rica.

Aquellas desventuradas féminas, hoy la mayoría fallecidas, a veces me amonestaban por ser un carajito; pero gozaban conmigo al ver aquél pequeñín bailador que ya cimbreaba su enclenque figura y delgada cintura, con cierta gracia. Sin embargo, en ocasiones, me daban algunas monedas para comprar lo que se me antojara, en la hora del recreo.

Recientemente, de visita en el sector de Villa Francisca, me dio con pasear por la Vicente Noble y hacer una parada para observar el lugar en donde estaba ubicado ese lenocinio, en el centro de Borojol, y de veras, que me quedé ensimismado.

Me parecía ver a los parroquianos entrando y saliendo por el par de puertecillas cortas y muy ligeras, similares a las del lejano Oeste como veíamos en series televisivas de aquellos tiempos.