A la gobernación y al departamento de educación de Puerto Rico se les ocurrió una formidable idea para fomentar la lectura en los niños y adolescentes boricuas: prohibir libros. Y lo hicieron por lo grande: calificaron a ciertos autores y libros como extremadamente burdos y soeces, impropios para ser leídos por jóvenes de 16 años
Inteligente, sin dudas: procuran generar un samizdat a ritmo de salsa y bomba. Así como la literatura sobrevivió en la deprimente Unión Soviética gracias a los autores contestatarios, que desafiaban al régimen burrocrático y a la soporífera literatura oficial intragable, y las copias mecanografiadas y duplicadas artesanalmente de revistas, poemarios, novelas, cuentos y ensayos se pasaban de mano en mano, corriendo riesgos tremendos: cárcel, gulags, lista negra, exclusión.
Así nació el ucase del secretario de Educación de Puerto Rico Carlos Chardón, respaldado por el benemérito y preclaro Gobernador, don Luis Fortuño, de retirar cinco libros del Programa de Español de undécimo grado debido a que incluyen vocablos soeces y narraciones no apropiadas para la edad del estudiantado (¡qué excelente provocación! Ya veo a los adolescentes corriendo a buscar estas obras para sumergirse en su prosa ardiente y picante a contrapelo de la disposición, exactamente el efecto que supone que iba a generar). Los textos prohibidos son Antología personal, de José Luis González, un puertorriqueño, nacionalizado mexicano, que nació en República Dominicana, y vivió décadas exiliado de su país al que tenía prohibido pisar; El entierro de Cortijo, de Edgardo Rodríguez Juliá (¡necesito leerlo, plis!), Mejor te lo cuento: antología personal, de Juan Antonio Ramos (¿quién me proporciona una copia?), Reunión de espejos, de José Luis Vega (igual, necesito una copia acá, en República Dominicana), y para que no dudemos de la real intención de los brillantes burócratas boricuas, Aura, del mexicano Carlos Fuentes, aquel relato de una inusitada belleza, en que la lengua alcanza un esplendor soberbio, escogido supongo que por compatriota de José Luis González (de alguna forma había que agradecer a México su hospitalidad), y por la tersura de su prosa.
Esta disposición, que ha sorprendido y anonadado a más de uno, imagino que por su brillantez y creatividad, es uno de los recursos más arriesgados en que lumbreras como estos conspicuos ciudadanos se la juegan para sacar del amodorramiento y la apatía a los estudiantes boricuas y despertarles el gusanillo de contravenir disposiciones y desafiar el poder leyendo lo que se considera inadecuado para jovencitos de dieciséis añitos de vida.
La comunidad de los escritores de Puerto Rico y las instituciones culturales más señeras de la isla han puesto su granito de arena denunciando la escandalosa y ridícula prohibición, de manera (de seguro) que la bulla llegue al más despistado de los estudiantes, se despierte el morbo, empiece la curiosidad y el deseo de mostrar su rebeldía e inconformismo entre los estudiantes y comiencen a pasarse los libros prohibidos entre ellos, a comentarlos, a preparar reportes de lectura e informes a contrapelo, hacerles preguntas incómodas a los profesores, a designar aulas como Aula Carlos Fuentes o Curso José Luis González y todas esas travesuras que desesperan y estresan a los modestos profesores que se ven oscilando entre una clase inquieta y unas autoridades esterizadas y sin sentido del humor.
Así, la Federación de Maestros de Puerto Rico repudió la censura de libros. Denunció que quienes tomaron la medida no conocían los textos censurados y que tampoco consultaron a los maestros de español sobre su intención. Dijo que aunque supuestamente, según la ley, existía una autonomía docente, la misma se estaba violando (¡Nos están imitando; les juro que nos están imitando!). Y recordó que las decisiones sobre currículo educativo deben tomarse con fines pedagógicos y no moralistas.
El PEN Club puertorriqueño también sumó su granito de arena: La acción de censura del secretario de educación, Carlos Chardón, es intolerable. pidieron al gobernador de la isla rectificar la decisión tomada.