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Punta Catalina

Punta Catalina

Carlos Manuel Estrella

La central termoeléctrica Punta Catalina nació con el pecado original. Desde su concepción hasta su puesta en operación está cargada de un cúmulo de irregularidades que la convierten en monumento a la corrupción administrativa del gobierno pasado, cubierto por el manto de la impunidad.

Estos vicios van desde la licitación y adjudicación del contrato por US$1,950 millones hasta los últimos días de la gestión presidencial de Danilo Medina, por la influencia de la constructora brasileña Odebrecht que confesó sobornos aquí por US$92 millones para lograr obras.

El antiguo vicepresidente de la CDEEE, Rubén Jiménez Bichara, atribuye al propio mandatario ordenar el cambio de gas natural a carbón de las dos plantas a construir para generar 720 megavatios y negociar directamente con los confesos corruptos cariocas, con quienes firmó contrato en abril de 2014.

Otras empresas foráneas que licitaron denunciaron irregularidades en su perjuicio y llevaron acciones judiciales porque ofertaron montos inferiores a los US$1,500 millones, ajustados al tope fijado en el presupuesto nacional y no se les adjudicó, todo lo cual ha generado escándalos e incredulidad ciudadana.
Ahora se revela lo que se sospechaba respecto a la sobrevaluación.

La auditoría ordenada a una firma extranjera en el actual gobierno arroja que el costo de la obra fue de US$3,500 millones, dijo el ministro de Energía y Minas, Antonio Almonte, quien entregó copias de la experticia a la Cámara de Cuentas.

Es tiempo de que este hecho de prostitución financiera, como si la planta fuese una puta, sea esclarecido suficiente y convincentemente, con régimen de consecuencias, porque no es posible que Odebrecht repartiera US$92 millones en sobornos para obras locales y la mayor esté y el caso en la impunidad.