La aureola que cubría la imagen del dictador ruso Vladimir Putin no es la misma tras la rebelión contra su imperio, a pesar de lo confusa, del ejército de mercenarios bautizado como Wagner, encabezado por uno de sus aliados, el millonario Yevgeny Prigozhin.

Por las razones que fueren Putin no solo tuvo que negociar con el líder del motín, sino que para sorpresa suya se ha detectado durante una purga que importantes oficiales apoyaban el movimiento armado.

Tras los acontecimientos Putin se ha mostrado menos arrogante e incluso ha moderado las acusaciones contra Estados Unidos y la OTAN, pero ha arreciado la persecución y los controles internos.

La suerte de Prigozhin y sus hombres es harina de otro costal. Sobre la misma guerra contra Ucrania el motín plantea sus conjeturas. Pero la realidad es que la unidad de los militares a que solía aludir Putin si era cierta, se ha resquebrajado.

Ya no se sabe hasta dónde llega la lealtad de los militares al otrora todopoderoso Vladimir Putin, a quien las circunstancias han obligado a extremar las medidas de seguridad. Y a pensar que su enemigo puede estar en cualquier parte.