¿Podría referirse a los requerimientos actuales, que demanda la correcta elaboración de los textos de carácter diplomático, profesionalmente manejados?
Debe iniciarse destacando que, por ser la clave del éxito para diversas gestiones diplomáticas, la habilidad para ubicar con precisión, el lugar y la oportunidad de las acciones y, con ello, la destreza para seleccionar el contenido apropiado de los correspondientes textos (verbales o escritos), se consideran (dicha habilidad, y destreza, actualmente) como cualidades “emblemáticas” del ejercicio del diplomático profesional.
Al respecto, debe recordarse, que existe “un estilo diplomático” de redacción, con las bien sustentadas adecuaciones a la realidad de este tiempo, que debe observarse en textos de tal carácter, tanto en el fondo como en la forma, y este tiene aplicación en los diversos idiomas.
Asimismo, resulta esencial, que los ejecutores de la Diplomacia estén suficientemente familiarizados con el vocabulario técnico que universalmente se emplea en los documentos, y en general, en las comunicaciones de tal naturaleza.
Obviamente, dichas comunicaciones demandan tener pleno dominio del idioma en que deben ser escritas, y por supuesto, de las normas que rigen las comunicaciones diplomáticas. Igualmente se requiere conocer sus particularidades, como “las expresiones, los giros literarios y frases hechas”. De estas últimas, debe conocerse también el “apropiado uso” de las mismas, que resulta ser indispensable para comunicarse con la requerida corrección en este quehacer.
Téngase presente asimismo, que en el uso de “frases de cortesía” en textos diplomáticos, es esencial establecer el número adecuado de dichas frases, en consonancia con el contenido y carácter del texto en cuestión y, sobre todo, la apropiada selección de las mismas. Igual ocurre con el uso de los denominados tratamientos, que se aplican a quien va dirigido el texto o comunicación. En este ámbito los precitados tratamientos “más que una cortesía suelen constituir un derecho”, por tal razón deben usarse con la imprescindible precisión que ameritan.
En igual sentido, debe señalarse, que en determinados ambientes intelectuales se considera que “para cada cosa de este intrincado mundo, preexiste una palabra justa”: (“Le Mot Juste”), y que el deber de los autores de textos de diverso carácter, es acertar con ella, no buscar alternativas para evadir esa obligación.
En un sentido tangencial, pero complementario, Borges sostiene: “Una de las vanidades del vulgo y de las academias es la incómoda posesión de un vocabulario copioso. Rabelais estuvo a punto de imponer ese error estilístico, la mesura de Francia lo rechazó y prefirió la austera precisión a la profusión de palabras”.
En el orden práctico, para obtener la efectividad que ameritan tales acciones, es esencial, darle la precisa interpretación a los “mensajes” y a las palabras, así como a las “señales y a los gestos”. Hay que poder entender el significado de la interrupción de la comunicación, del silencio y de la retirada del interlocutor, incluso de “la exageración en los cumplidos” (Plantey).
Procede resaltar, finalmente, que en esta labor, potencia su efectividad, poder contar con el eficiente auxilio de los “medios electrónicos de comunicación”.

