Opinión

Rhina querida

Rhina querida

En esta etapa de mi vida en que sobrepaso los setenta años de edad, me pregunto a cada rato —y en esto coincido con Robert Louis Stevenson— si lo que verdaderamente amo no es propiamente la vida, sino el vivir y con ese vivir el saberme acompañado por las personas a las que amo y me aman. Porque son esos seres —a los que amo y me aman— los que hacen posible que la soledad no me envuelva y me aplaste el artilugio de una metafísica del existir.

Por eso, cuando cada ser amado parte hacia lo ignoto, siento que algo profundo de mí me ha sido quitado. Eso lo sentí cuando partió Quiquí —mi madre de crianza—, cuando partió Mimí, mi madre, cuando partieron mi hermana Magaly y su esposo Francisco, cuando partió Nelly y ahora, con la partida de Rhina Margarita. Y es que, aunque muchos lo dudan, cuando amamos y nos aman el mundo crece y nos sentimos completos, sabemos que somos partícipes de un universo en que el vivir sobrepasa a la propia vida; es decir, nos sabemos verdaderamente acompañados, nos sabemos integrantes de una particular tribu en donde es posible comunicarnos y compartir las alegrías.

Y Rhina Margarita, para sus descendientes, para mí y para todos los que la conocimos, fue un ser tan completo, tan lleno de bondad, de comprensión y compasión, de ternura y desapego, que llevó a nuestras vidas el gran gozo de sabernos amados.

En ella, en Rhina Margarita, el concepto “Sein zum tode” —ese “estar para la muerte” de Martin Heidegger— se transforma y recompone, porque ella, no obstante su partida, vibrará para siempre en cada uno de los que amó y la amaron. En Rhina Margarita y su recuerdo, el olvido no puede ser posible, porque el olvido sólo habita en la indiferencia, allí donde lo vivido se obvia y se diluye, y ella fue una presencia llena de esperanza, misericordia y júbilo.

+Tras la partida de Rhina Margarita, puedo confesar sin atisbos de miedo, que un trozo de mí también se ha ido, tal como otros pedazos se han ido yendo con las ausencias de los que han dado una profunda significación a mi vida.

Y esto lo confieso teniendo siete hijos, dos hijastros, nueve nietos y una esposa que me ama, con los cuales mi vivir gira en torno al regocijo. Sin embargo, el calor de la cuna y los recuerdos del amor que nos prodigaron en la infancia —ese maravilloso ciclo vivencial en que nuestros cerebros y músculos se forman—, dejan huellas imborrables, imperecederas, las cuales hacen posible que aquellos seres especiales de nuestra niñez, formen parte indisoluble de nuestro ser y sus partidas nos dejen rotos, infinitamente tristes y solitarios.

Adiós, Rhina Margarita, gracias por todo lo que fuiste y me diste… Gracias, por nunca dejarme solo y confortarme en mis momentos de tristeza. ¡Adiós, querida Rhina… hasta luego!

El Nacional

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