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Santa Bárbara

Santa Bárbara

Una de mis mayores alegrías como habitante de la Zona Colonial son las procesiones. Mezclarme con la población original de la Zona, normalmente más pequeña que la del resto del país, como sus casas, pequeñitas, al borde la acera, por cuyas ventanas se pueden observar todas las habitaciones hasta el patio, las mecedores, las mesitas con flores plásticas, y las viejas fotos que un grupo de artistas itinerantes españoles, pintaba a plazos, de todos las madres de familia, con collares y aretes de perlas que nunca tuvieron.

Esas procesiones generalmente terminaban en el templo de Santa Bárbara, transportándonos a los finales del siglo XVI, cuando después del fuego que destruyó el templo original de tablas, construido por los primeros esclavos llegados a la isla, se comenzó a edificar con bloques de piedra, de la misma cantera de la cual se construyó la Catedral Primada de América.

Tres terremotos atentaron contra su estructura en 1571, 1573 y 1686, y el incendio de la ciudad, en 1586 del pirata Francis Drake. En 1776 se convirtió en un asilo eclesiástico, cementerio y fosa común de los muertos durante la peste y es de todos y todas conocida porque un 4 de febrero fue bautizado allí nuestro padre de la patria Juan Pablo Duarte. Allí también se encontraron los restos de su hermana Ana Darte, fallecida apenas con dos años.

Como primera parroquia de las Américas fue hogar de oración de esclavos y marineros y, en 1990, la UNESCO la declaró la Iglesia de Santa Bárbara como Patrimonio de la Humanidad.

En estos días pasé por las nuevas instalaciones de la iglesia, restaurada después de ocho años de clausura, y hoy con un auditorio para 600 personas, pero no pude entrar, porque el Arzobispo consiguió que el Vaticano la nombrara Catedral Castrense, para los servicios religiosos de policías, miembros del ejército y de la Marina, en el 207 aniversario del bautizo de Juan Pablo Duarte.

Lamenté mucho que el actual Arzobispo continúe con los afanes de su predecesor de convertir la Zona en un pequeño Vaticano, cerrado al gran público, porque lo que hace una Zona, colonial o no, es la gente, y la gente de la zona, sobretodo del barrio de Santa Bárbara, se sentaba en la placita que tiene enfrente, los niños allí jugaban y subían (porque yo lo hacía) por los escalones hasta la muralla, hoy guardada por un mazacote de bronce que mira hacia el puerto.

Dudo mucho que las Fuerzas Armadas hayan querido privarnos del derecho a visitar la iglesia, a disfrutar de sus alrededores y que Santa Barbara haya dejado de ser lugar de oración para retomar su naturaleza de fosa y cementerio.

Por. Chiqui Vicioso

luisavicioso21@gmail.com

El Nacional

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