El “cambio” siempre ha sido un buen argumento, pero el PRM ni su gobierno han sido capaces de interiorizarlo, de asumirlo por completo. El discurso de la transparencia pudo haber calado como una política de cambio, pero hoy ya está totalmente en ruinas.
Desde la oposición, insurrecta vocación por cambiarlo todo, pero estos desafíos requieren propuestas renovadas, creativas y audaces, expresando la validez de lo ofrecido. Pero como siempre, se le echa de menos cuando están fuera del Gobierno, y se le deplora cuando llegan al poder.
Hoy vemos un profundo desmantelamiento del interés por perseguir el mal por quienes nos representan. Ahora el eslogan es todo un discurso falsario: los “errores” son subsanables, errores legitimando el delito de corrupción administrativa.
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La opción digna no aparece. Y la verdad que es perjurio y delito electoral toda aquella falta de compromiso con la transparencia porque ningún delincuente se ve disuadido a delinquir en el Estado.
Verdaderamente el oficialismo se ha apeado del discurso, ha venido desvinculándose y adaptándose al único propósito de permanecer en el poder concentrándose en satisfacer a su nuevo líder con acendrado seguidismo. Se alejan de lo prometido y todo es un mero ejercicio de autocomplacencia, de simulación y de propaganda.
La tibieza, o el afán por no chocar con una militancia envejecida y joven sin equidistancia en la forma de comportarse en el poder, vienen dando un pésimo ejemplo sin darle nada concreto al pueblo.
El súbito enfriamiento de la transparencia con gruesos casos para la justicia como las Visitas Sorpresas y la de su propia gestión en Educación, y la chorrada de irregularidades denunciadas y confirmadas por la Contraloría General han quedado al margen de recibir las sanciones de rigor.