Opinión

Ser periodista

Ser periodista

Me dio con ser periodista desde niño. Y no encuentro otra explicación a las causas de esta incurable enfermedad que las vívidas y recurrentes referencias que   hacía doña Ana  de su hijo Radhamés.

Hablaba con tanto  amor de su hijo periodista, ausente por trabajar en El Caribe, en la Capital, que me embelesaba escuchando los prodigios de quien escribía la historia día a día. Leía, con tan fluido encanto las crónicas de su hijo, que me imaginaba estar en el mismo teatro de la Guerra de Corea. O en medio un evento  tridimensionado con maravilloso esmero.

Me contagié así de la mania de escribir. Contar y relatar.

Lo material parece irrelevante. Nunca escuché hablar en esta casa sobre la marca y el modelo del carro que comprara Radhamés.

 Nada competía con las prendas morales derivadas del ejercicio de una profesión tan riesgosa en medio de una dictadura.

Transcurrían los años 50. “Santiago es Santiago” tenía entonces más sentido. Mi madre visitaba con  frecuencia la casa de doña Ana Gómez. La llevaba allí su amistad con Euclides, Danae y Teresita. Sin embargo, era doña Ana quien nos dispensaba las más cálidas   atenciones en ese hogar.

Cómo añoramos regresar, si no al amor filial de un sacrificio sin respuesta material, sí a la decencia y probidad de un oficio como el periodismo, que tanto nos satisface y fortalece al privilegiarnos como voceros y testigos de excepción de una sociedad y una época.

Meter en las nóminas del Estado y otorgar pensiones selectivas a miles de periodistas, son algunas de las formas de corromper un ejercicio digno de la estima y el respeto del público. Nunca de las prebendas que envilecen y comprometen miserablemente  a quienes la reciben.

Retomar estos valores, ahora, aquí, y con los influjos de este gobierno, sería mucho pedir.

El Nacional

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