POR: Eduardo Álvarez
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Sagrado ritual, el teatro fue en sus inicios parte fundamental de la liturgia religiosa. El prologo en boca del maestro de ceremonia, con una altisonancia reservada a la glorificación de dioses. Ninguna palabra sin ingenio, ni una línea sin meollo, ni una letra de más. Pura sinopsis. Esto explica el inmutable poder eclesiástico. Shakespeare lo entendió perfectamente. Igual, habría asimilado, en estos tiempos, la superioridad del poder político, económico e, incluso, mediático. Se habría metido el séptimo arte en un bolsillo, como lo hizo con las tablas.
Resulta interesante, cuando no sorprendente, comparar el cine contemporáneo –Hollywood a la vanguardia-, con el teatro londinense del Globe y de otras salas que alcanzaron su apogeo en la Inglaterra preindustrial. Artífices de mitos, ideas, estribillos y frases pegajosas que la gente repetía sin pensar. La misma fuerza inconsciente que impulsaba a la gente a tararear en las calles londinenses ¨¡Un caballo, un caballo! ¡Mi reino por un caballo!, es la que, en estos tiempos, nos llevaron a hacer el coro al mafioso Vito Corleone, El Padrino: «i’ll make him an offer he can’t refuse» («Le haré una oferta que no podrá rechazar»). O “E T go home”, ¿recuerdan esa tonta frase que Spielberg nos metiera entre boca y nariz con su fino sentido del arte oportuno? No faltan, entonces y ahora, parodias, a veces maliciosas como esta: ¡Un hombre, un hombre! ¡Mi reino por un hombre! Lúdicos y preciosos ambos, recurren a la riqueza del canto y al embrujo de la música contagiosa. Feria y circo callejero a la vez.
La constante sigue siendo la misma, antes y ahora: personajes y movimiento. Ingenio en el discurso y gracia en la acción. Lo demás son matices aplicados conforme los requerimientos momentáneos. Las relaciones de poder determinan, asimismo, la fijación de frases memorables. En Cariolano, el Cisne de Avon instrumentaliza el de la poesía como lenguaje del poder. La saga de El Padrino, de Ford Coppola, se explaya en ello. Los hombres de la Revolución Francesa tomaron a Cariolano como libro de cabecera. Para Marx, que era un rabioso seguidor de Shakespeare, esta obra era un referente de primer orden.
Fellini y el bardo inglés habrían intercambiado roles, de haber vivido en la misma época. El guionista y director de La dolce vita llevó sus osadías más allá de lo permitido. ¿Surrealismo? Críticos experimentados, como Armando Almánzar, probablemente encontrarían otras comparaciones, tanto o más adecuadas. Trabajos de amor perdidos llegó a convertirse en ópera bufa en vida del propio Shakespeare.
Extravagante, lujuriosa, ornamentada, abundante en inventivas, siempre al límite de sus posibilidades, esta obra nos muestra a un dramaturgo tan audaz y atrevido como podía serlo un autor del teatro isabelino. Treinta y seis producciones con dos o tres desaciertos es un average, ayer, hoy y siempre. El Poeta ya se había tomado la libertad de fantasear en Sueño de una noche de verano.

