Con la regalía navideña, durante todos estos días, el circulante monetario es mucho mayor, como es mayor la cantidad de vehículos y de personas que sale a las calles a comprar bienes y servicios que considera necesarios, incluyendo alimentos, dulces y bebidas alcohólicas para la ocasión. Y muchos no exhiben la prudencia que demanda el momento.
Es la razón por la que se registran muchas intoxicaciones alimenticias y alcohólicas. Y también accidentes automovilísticos con resultados fatales. Se podrían evitar excesos en la medida en que organismos del Estado dirijan una campaña, por los medios de comunicación social, para concienciar a la población.
Mi humilde consejo es que la gente celebre, aunque la mayoría ignora el motivo de la celebración, pero que lo haga en un ambiente familiar y sin exponerse a mayores riesgos. Si la gente come lo necesario, se limita al trago social (sin emborracharse) y conduce con moderación, las estadísticas de víctimas por intoxicaciones y accidentes de tránsito se reducen significativamente respecto a temporadas anteriores.
No se puede soslayar, de igual manera, que con un mayor flujo de dinero en las calles se incrementan los hechos vandálicos. Algunos sugieren aumento en el patrullaje policial, pero con la comprobada participación, en bandas criminales, de miembros de la institución que está supuesta a preservar el orden público, a veces es difícil establecer el origen de la criminalidad.
Diciembre, lamentablemente, siempre está manchado por tragedias. Es el mes preferido por el DNI (versión PLD) para aflojar las tuercas de los neumáticos delanteros de los vehículos propiedad de adversarios políticos, para provocar “accidentes” y muertes, que, en medio de las festividades navideñas, pasan casi inadvertidas. Es una práctica extensiva a bandas criminales.
Y con el auge del sicariato, diciembre es el mes ideal para la venganza y el ajuste de cuentas. Piensan que en medio de fiestas y grandes fiestas pocas personas se detienen a ofrecer el debido dolor, luto y, mucho menos, a indagar el origen de la desgracia