En 1992 me encontraba en La Habana, como jurado del Premio Casa de las Américas. Ese añocoincidía el Primer Encuentro de la Teología de la Liberación, dedicado al sacerdote colombiano Camilo Torres, quien nos había asombrado demostrando primero que no había contradicción entre la fe y ser socialista, y que cuando Jesucristo sacó a latigazos a los comerciantes del templo, había demostrado el carácter justiciero de la ira divina contra los explotadores de la pobreza. Su biografía: “El cura que murió en las guerrillas”, se vendió como pan caliente entre la juventud cristiana de esos tiempos, ya influenciada por el existencialismo cristiano de Gabriel Marcel, y la Fenomenología de Theilard de Chardin, en pleno auge en Francia.
Al otro día de llegar, hablaba Leonardo Boff, sacerdote brasilero considerado como el alma del movimiento, por lo que me escapé del programa para escucharle y presenciar uno de los eventos más tristes de mi vida: la renuncia al sacerdocio de Boff, que se declaraba derrotado por la obsesiva persecución de la “Comisión para la Defensa de la Fe”, versión moderna de la Inquisición.
En su testimonio, Boff narraba cómo le habían prohibido ejercer su magisterio, predicar, publicar su revista, y hablar, y ¡Oh ironías!, quien dirigía por esos años la Comisión de Defensa de la Fe era un fanático anticomunista polaco: Joseph Ratzinger, quien luego se convertiría en Papa y por lo menos tuvo la decencia de renunciar cuando estallaron los escándalos de abuso sexual y castigo corporal, que salpicaron a su propio hermano, como director del angelical Coro de niños de Viena.
¿Y quien nos iba a decir, en 1992, que algún día tendríamos un Papa latinoamericano y que sería precisamente Leonardo Boff quien le defendería de los seguidores de Ratzinger que hoy siembran dudas sobre “imprevisibilidad” de su liderazgo?
Entre las cosas que plantea Boff esta el hecho de que “hoy el cristianismo es una religión del Tercer Mundo. En Europa los Católicos no llegan a un 25%, mientras que en el Tercer Mundo son el 73% y de esos el 49% están en América Latina.
Dice Leonardo Boff que podemos imaginar que en un futuro no muy distante, “la sede del Papado no será ya Roma”.
¿Y no podemos proponer nosotros, via nuestro embajador en el Vaticano, que la sede se instale en Santo Domingo? ¿No fuimos nosotros la puerta al Nuevo Mundo? ¿Y no comenzó aquí la Evangelización? ¿Y la denuncia de esa evangelización/exterminio por Montesinos?
¿No se sentiría mejor el Papa Francisco entre nosotros? ¿Con este sol, mar, esta calidez dominicana?
¿No dijo José Martí que el Caribe es síntesis y mediación entre mundos?