De conformidad con dos de las definiciones ofrecidas por el diccionario Larousse, agravio es ofensa contra el honor o la dignidad; perjuicio causado a alguien contra sus derechos o intereses. Desagraviar, en consecuencia, es reparar ese agravio y compensar el perjuicio.
Siendo así tanto una como otra cosa, lo lógico es que el deber de desagraviar corresponda, de manera principal, a quien ha ocasionado el agravio de que se trate. Es obvio que todo aquel que haya ofrecido apoyo a la ofensa y al perjuicio ocasionado, de igual manera esté compelido a disculparse.
Lo que resulta incomprensible es demandar desagravio de los segundos, exonerando de responsabilidad, o eludiendo la solicitud a los primeros. En caso de que los autores primarios sean fuertes y poderosos, y sus cómplices carezcan de tal potencia, reclamar solo a estos últimos sería batalla fácil, cobarde, irresponsable y artificiosa.
Si a lo anterior se adiciona que quienes exigen desagravio, cuando han tenido la oportunidad de ser coherentes con sus prédicas; de continuar los ejemplos de sus antecesores en términos de humildad, sentido de la ética y combate a males ancestrales de su pueblo, se la han pasado ofendiendo honor y dignidad de sus dirigidos y causando perjuicios contra sus derechos e intereses, entonces su exigencia de desagravio a terceros no pasa de ser gesto inadmisible ante la evidente falta de calidad de quien lo asume.
Lo relatado describe con fidelidad lo ocurrido en el país a propósito del planteamiento de desagravio hecho a la OEA a causa de su espaldarazo a la intervención militar de Estados Unidos a nuestro territorio en 1965.
Lo primero es que no es decoroso que el ofendido pida tal cosa a quien ha causado escarnio, máxime si este asiste a una fiesta en su casa por invitación del anfitrión. Suplicar perdón debe surgir de forma espontánea y sincera de quien ha fallado, jamás a instancia de la víctima.
Lo segundo es que al lugar donde se suscitaron los acontecimientos concurrían representantes tanto del autor de la ofensa como de sus cómplices. ¿Qué sentido tenía, que no sea miedo y genuflexión, haber reclamado disculpas solo a los últimos?
Como si fuera poco, ¿quién va a tener la iniciativa de demandar idéntico desagravio a los continuadores de la principal víctima individual de aquella afrenta, ante los continuos agravios que han significado para él y la nación, haber hecho pésimo uso de su trascendente legado?