Adelante quien quiera que sea, que me esté tocando la puerta del alma.” Va de camino hacia el puerto de origen de la vida, es decir, la nada, que es morir en el tiempo que nos toca. ¿Era el tiempo de Eduardo, recién fallecido en la ciudad de Nueva York? Parece que sí. No hay discusión al respeto, tan solo incertidumbre, que guarda en su interior al dolor.
La muerte, a la vez que acerca, aleja. Nos acerca al dolor de la perdida; nos aleja porque no quisiéramos estar en el lugar del que vuelve al puerto de origen. Si algo debería enseñarnos el vivir sería el morir, pero pensamos todo lo contrario. Nos empeñamos por no ver y sentir el morir como lo que es, un irse a dormir para despertar en otra parte sin el vocerío real o no del llanto por la perdida.
Eduardo Lantigua nos deja como cuerpo para transformarse en una reminiscencia acompañada de los momentos vividos y compartidos en la palabra llamada: amistad de cada conocido en su intensa vida.
Más que la escritura nos unía una empatía de hermanos, no de aquellos que los pare una misma madre, sino la de los valores intrínsecos a los que rigen nuestras vidas, sin importar lo que realmente se piense.
Fue un ser humano crecido al fragor de la lucha espiritual, debido a su grado de inteligencia. Le faltó la sabiduría para que esa inteligencia se convirtiera en más humana de lo que fue. A la inteligencia hay que agregarle la sabiduría cuando todo, en este pasar, nos sale divinamente bien en las metas a trazar.
Cultivó durante toda su vida la amistad en un huerto con apariencia de que cualquiera pudiera tener acceso a él, pero era todo lo contrario. Su soledad, desde niño, era abismal al igual que su sensibilidad impulsiva, emocional.
Fue un gran solitario rodeado de voces que no percibieron al hombre, que debió ser para elevar más la voz de oírse a sí mismo y no rivalizar con la del vocerío en las cosas que les importaron.
Quizás no supo distinguir la soledad de la compañía, para hacerlo más humano de cuerpo pero no de alma.
El Eduardo de Santo Domingo, antes de irse a la Gran Urbe de soñadores, hablaba poco, contrario al de los últimos años que lo hacía a torrentes, buscando por todos los medios demostrar que era un “entendido”, cosa que no necesitaba.
Le decía que todo lo concebía con una metodología estricta, que su libertad estaba en los hechos no en la palabra. Antes de escribir sus cuentos, ya dominaba la teoría que daban origen a su escritura más señera; cosa que en ese género tiene mucha valor per se. Sabía sus limitaciones y necesitó del tiempo, el implacable, para darse cuenta. Un escritor que sabe sus límites evita errar donde otro se cree el “el diablo a caballo”. El “nuevo” Eduardo, contrario al antiguo, defendía sus puntos de vistas con saña. Sin dar tregua. Era un León en su cueva.
Encontró su agua para navegar a su gusto por el río de la vida: la Gran Urbe. En el momento que fluían las obras de creación se acercaban los momentos difíciles en el vivir. Un tanto llorón ante cualquier cosa que lo conmoviera menos para sí mismo. Enfrentó su enfermedad con las lanzas en las manos, consciente hasta la saciedad de lo que podría pasar.
Quiso, con su talento, dejar por escrito su visión del mundo en géneros tan dispares, en búsqueda de la excelencia.
Se puede volver a sus libros, degustar estéticamente y humanamente sus obras; poesía, narrativas y ensayos, sin embargo, a quien voy a extrañar es a la voz del amigo, al criticarle en su cara, que en visitas al país no nos sentáramos a hablar más, como cuando nos llamábamos y le decía, “Eduardo tú y yo hablamos más por teléfono que cuando vienes al país.” No bien llegaba el “Rey” no había quien se sentara a hablar con calidad (la corte y la debilidad ante ella lo abrumaba) con él, dizque de lo que importaba, llamémosle literatura.
Estaba arropado de presencias y la prisa que no le permitían encontrar la soledad a la que realmente pertenecía: la del estudio con cautela.
Este deseo de paz a sus restos va acompañado del dolor por la pérdida de un amigo. Eduardo con más tiempo a solas consigo mismo, indudablemente que hubiese sido mejor de lo que fue.
El autor es escritor.