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Las relaciones amorosas, ya sean existentes o soñadas por un individuo, han sido objeto de las más grandes obras literarias en todos los continentes, basta con refrescar un poco en nuestra memoria la archiconocida historia de amor , si es que se puede llamar historia, suscitada entre Romeo y Julieta; las aspiraciones y conquistas idílicas de Don Juan Tenorio y las narraciones en la Ilíada donde se describe la manera como un joven príncipe le arrebata la esposa a un rey mientras visitaba a este, llevándola consigo a su tierra y esto desata una de las más cruentas guerras que la historia haya registrado: La guerra de Troya.
Pero no es nuestro interés dar lecciones de literatura, ni mucho menos de historia, es nuestro interés enfocar de la manera más llana posible cómo los amoríos en los campos de la República Dominicana llegaban a su punto más alto cuando ya los casi siempre a escondidas novios decidían llevar esa relación entre ellos al extremo, o sea decidían convivir ya como marido y mujer.
Por lo regular la decisión de vivir como marido y mujer no era algo que ambos se sentaban a planificar, por lo que no acordaban fecha ni forma ni lugar para tales fines, si no que todo llegaba de una manera tan espontánea que hasta sorprende. Anteriormente expresamos que por lo regular esos amoríos eran a escondidas, por lo que casi nunca nadie sabía de ellos debido a que lo hacían con la más alta discreción que pudiéramos imaginarnos.
Pero ya se ha dicho, a través de los tiempos, que nada bajo el sol es oculto, por lo que aun siendo tan discretos, los novios eran descubiertos por alguien y el asunto empezaba a propagarse como pólvora hasta que llegaba a los oídos de uno de los padres, que por lo regular primeramente era a los de la madre de la novia.
Por la situación, la madre mantenía una lucha con la hija, a escondidas del padre, a fin de que la jovencita desistiera de esos amoríos antes de que su padre se enterase, pero era inevitable que con tanta propagación el asunto no llegara a oídos de él, quien enfurecía debido a que por lo regular tenía alguna razón para no aceptar el novio como su futuro yerno.
Casi siempre el padre argüía que ese joven era un vago o que consumía mucho alcohol, que es de una familia que es amiga de lo ajeno (y recordaba algún pariente lejano del joven que hace décadas hiciera alguna fechoría), o mencionaba lo que le hizo a la hija de fulanito de tal que solo le pasó por encima y que a lo mejor a su hija le hará lo mismo.
Era tanta la justificación del padre para oponerse a la relación que no le bastaba con declararle su enemistad al joven novio o pretendiente, también le mostraba rechazo a su hija como protesta por la relación y le insistía en que tenía que dar por terminado el asunto.
Tan grande era la oposición que por lo regular el tema llegaba hasta a la agresión física por parte del padre a su hija y esta no tenía más remedio que contarle al novio lo ocurrido y era ahí cuando se tomaba la decisión cumbre de la relación idílica, decidían mudarse juntos esa noche. Así la novia prefería irse de casa para no tener que soportar los reclamos o maltratos del padre.
La forma más común de escaparse juntos era cuando a la novia la mandaban a llevar algún recado a un familiar o ella decía visitar algún familiar cercano, salía y por lo regular no llevaba el recado ni visitaba el familiar sino que se iba con su príncipe que ya la esperaba en un lugar convenido por ambos.
El autor es abogado.