Nosotros tuvimos una abuela paterna, que como la mayoría de las abuelas de los dominicanos, nació, se crió y vivió en un campo. Cuando murió nuestro abuelo, nuestros tíos decidieron comprarle una casa en el pueblo a la abuela. En un viaje que hicimos al campo, al comunicarnos la familia que la abuela había sido trasladada al pueblo, no se nos ocurrió otra cosa que decir “abuela no tardará en morir. Así fue. Pronto nuestra abuela murió.
Ella creció pisando las gramas mojadas en busca de leche en cada mañana. Regaba en cada amanecer los granos de maíz a sus pollas, pollos y crías. Llamaba su puerca ven, ven para echarle, al terminar de fregar, el sancochado. Atravesaba potreros descalza para visitar a sus padres cuando vivían, y a uno de sus hijos que residía a muy larga distancia. Ella con sus años, participaba en las cosechas, iba a las matas a tumbar el limón y la naranja. Pero, como les cuento, un día esa vida terminó al llevarla al pueblo. Y entendemos nosotros que la pena fue mayor que las enfermedades de la vejez, porque estaba fuerte y robusta.
Cuando le dimos este texto a leer al fotógrafo Dionisio Pérez, nos contestó el artista: ¿De qué libro sacaste ese texto? Dionisio, quien hoy vive en el anonimato porque los instrumentos carecen de sentimientos, fotografió a Juan Bosch por largos años.
Juan Bosch desconocía aquella excusa del salsero Héctor Lavoe, quien le decía a su público que lo esperaba para escucharle cantar que no era él quien llegaba tarde, sino que ellos llegaban muy temprano.
El poeta de Hato Mayor, Robert Berroa, un día invitó a Don Juan a la puesta en circulación de uno de sus libros de poesía.
A la hora del montaje del acto, calculó mal el tiempo y se fue a pelar. Cuando el barbero estaba sobre su cabeza, entró alguien y le gritó: “Robert, ya llegó Juan Bosch.” Se paró como un resorte y se marchó para llegar tarde a su propio acto, experiencia que le persigue mientras viva.
Eso explica que la seguridad de Bosch llevara siempre en el vehículo que los transportaba una vasija para orinar porque no podían detenerse. Un día íbamos rumbo a Higüey, y al equipo de prensa, del cual formábamos parte, le tocó ir de bola con los miembros de la seguridad.
A Dionisio le dio deseo de orinar hasta la desesperación, pero la timidez no le daba para hacerlo en una vasija, y menos delante de tantos hombres. El chofer accedió y detuvo el vehículo. Dionisio se desmontó y penetró al cañaveral, no lo hizo detrás de la puerta, lo que le tomó más tiempo. Delante, Bosch preguntaba: ¿qué pasa?