La tragedia acaecida en Ranchito, La Vega, donde seis personas fallecieron y tres sufrieron heridas al ser embestidas por una yipeta, obliga a retomar el tema del caos en el tránsito por autopistas, carreteras interiores, avenidas, calles y callejuelas, un mal que constituye una de las principales causas de muertes en República Dominicana.
El vehículo, conducido por Ramón Radhamés García, atropelló a un grupo de siete hombres y una mujer, seis de los cuales perdieron la vida y tres permanecen en estado grave en el hospital traumatológico de esa provincia, desgracia que enlutece a ese municipio y acongoja a toda la sociedad.
Dicen que la yipeta impactó a las víctimas a gran velocidad, a pesar de que el chofer arrancó el vehículo desde un estacionamiento cercano, lo que indicaría una acción imprudente o temeraria que corresponde a las autoridades determinar, pero lo cierto es que ningún lugar del territorio nacional está exento de la comisión de violación a elementales normas de tránsito.
El caos en la circulación vial parece matizado por la crasa indiferencia de las autoridades en imponer orden o prevenir accidentes en las vías públicas y por el escaso nivel de educación vial que acusan la inmensa mayoría de conductores, que no respetan ninguna señal de tránsito y que, por el contrario, manejan de manera agresiva o temeraria.
Aquí ni en ninguna parte se respetan los pasos peatonales, que tampoco son usados por los peatones; tampoco se observa la señal roja de los semáforos ni el límite de velocidad permitido en las autopistas, carreteras, calles y avenidas, lo que convierte esas vías en temibles mantos de muerte.
Con saber que en tres hospitales de traumatología se realizan miles de cirugías para reparar daños causados por accidentes de tránsito que podían evitarse con sólo respetar la ley y manejar con moderación, las autoridades deberían despertar de su letargo y poner atención a tan grave flagelo.
Lo ocurrido en Ranchito demuestra que el caos en tránsito y transporte es de tal envergadura que ya no es posible asegurar la vida ni aun cuando los peatones permanecen anclados en las aceras porque son muchos los conductores que se creen con licencia para convertir vías concurridas en pista de carrera.
Al expresar profunda congoja por la tragedia que ha significado la muerte de seis personas embestida por una yipeta que se dice era conducida a gran velocidad, lo menos que se puede exigir a la Autoridad Metropolitana de Transporte (AMET) es que cumpla cabalmente con su deber de imponer orden y prevenir accidentes.

