Recordando a Don Yiyo
Señor director:
Los que en el otrora hicimos periodismo en noticiarios radiales, todavía presentamos los síntomas propios del nerviosismo del reportero que elaboró noticias meridianas contra el reloj.
El redactor de noticias que no ha tenido la urgencia de servir noticias faltando escasos minutos antes de dar inicio a un noticiario radio-difundido lanzado al filo de una hora diurna o nocturna; debe considerarse un “afortunado” periodista, que ha trabajado con cierta comodidad.
Hace décadas, involucrarse como reportero en el algoritmo- si cabe el término-, de un noticiario en el aire, era una ardua tarea que requería de la rapidez del tecleo en las antiguas máquinas de escribir. Además, se demandaba precisión, a la vez de sintetizar las noticias con el menor de los desperdicios. Al margen de esa ingente tarea, teníamos de frente a exigentes locutores.
Algunos de los que laboraron en Radio Comercial, y tuvieron la suerte del ser olfateado como idóneos reporteros por un veterano maestro como Euríspides Herasme Peña, -“Don Yiyo”-, tal vez fueron privilegiados en esa apurada faena.
En un aparte, de una crucial etapa de mi vida, ese desaparecido zahorí del periodismo radio-noticioso, me dijo que lucía atascado y perturbado, pero que a su juicio, tenía la buena madera del reportero que no había desarrollado plenamente.
“Conozco a muchos con menos formación que la tuya, y han salido adelante”. Si mal no recuerdo, esta fue la observación que me hizo Don Yiyo. Dijo que respetaba mis puntos de vistas políticos, sensibilidad, e inquietudes sociales.
En aquella época en que ya había fallecido mi madre, por mis exiguos recursos económicos, entregué el hogar alquilado, y apenas tenía donde vivir. Me había quedado solo; además, como provenía de un hogar monoparental, de ninguna manera podía pedir alojamiento en el hogar de los padres de mí progenitor, en el sector de Gazcue. Tuve que seguir adelante, y enfrentar la vida con estoicismo.
Aunque con mofas, ante la inexperiencia de un bisoño, algunos, que al paso del tiempo han devenido en “elefantes blancos”; ancilares y serviles politiqueros, aquel maestro dio paso al talento y la disciplina, ante el inmediatismo arbitrario. Tenía la virtud de saber pulir las condiciones de un potencial reportero. Como dicen algunos, “me entrecogió”, e hizo que la depresión no me aniquilara como individuo ni como periodista.
Atentamente,
Fernando A. de León