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Caudillismo y liderazgo, figuras sociales enfrentadas en política e instituciones

Caudillismo y liderazgo, figuras sociales enfrentadas en política e instituciones

Hay una anomalía histórica de nombre conocido y síntomas variados llamada caudillismo cuyo cuerpo paradójico se para sin alas sobre el  cuerpo fósil del pasado sin advertir, para su mal, que el porvenir está sucediendo constantemente.

Hay  otra presencia que se le opone resueltamente y que acude a la imaginación y a la dinámica del tiempo y de la mente constante para enfrentarla llamada liderazgo compartido. (El  populismo es un fenómeno denunciado por la ausencia de organicidad, porque sus consecuencias suelen quedarse en el discurso y porque no suele atender las profundas y dolorosas diferencias sociales e inequidades existentes en América Latina).

En realidad, todo lo que se llama liderazgo tiene compartimientos extendidos y bien entendidos.

El caudillismo pretende que no hay universo sino que las leyes de una voluntad privilegiada gobiernan el orbe circular de sus motivaciones.

El liderazgo tiene horizontes definidos.

En la órbita del caudillismo giran intereses específicos.

El liderazgo se procura los consensos que restablecen la armonía perdida y mantienen la que se haya logrado.

El caudillismo recurre, de ser necesario, a la intriga y al choque de voluntades para emerger como solucionador de las contradicciones que devienen del ejercicio del poder.

Los líderes hacen sentir líderes a sus seguidores para que cuando se produzca la decadencia natural que ocurre a todo cuerpo vivo, puedan continuar su obra si ha sido buena y ha valido la pena.

Los caudillos sienten un profundo recelo por lo que pudiera ensombrecer su reinado, que será siempre efímero aunque dure cien años.

La eternidad no ha pactado con nadie las cuestiones de esos poderes terrenos que resultan volubles y desplazables por encima de la falsa percepción, artificialmente creada, de que resultan indispensables.

Ya no se sabe con toda exactitud qué puede ser indispensable en la vida, salvo ella misma que finalmente se extingue con o sin  remedios a mano.

El caudillismo puede llegar a ser odiado pues siempre tendrá enemigos cuya misión es hacer su trabajo de opositores.

El liderazgo tendrá una noción clara de su papel histórico y de que pertenece a ese devenir evidente o invisible de la historia.

Al caudillismo le cautiva el ahora y su disfrute momentáneo.

El liderazgo distribuye esos momentos entre sus partidarios y los extiende generosamente al pueblo por encima de las mezquindades y las miserias de lo cotidiano y lo acostumbrado.

Ser caudillos es olvidar.

Ser el líder inteligente es convertirse en la memoria de todo sin participar exponencialmente y de facto de ese todo como le ocurre al primero.

Lo caudillesco es lo que pretende haber desmovilizado los factores que desplazarán su carruaje ya descontinuado.

Lo del liderazgo es toda posibilidad de movimiento, de ritmo y de sueños compartidos.

El caudillismo tiende a lo tiránico.

El liderazgo es justamente disolver esos fundamentos equivocados.

Cuando el caudillo fuerte muere no resultan extraños los terremotos, deslaves y tsunamis políticos.

El liderazgo, si es verdadero, es una fuerza apacible que se extingue como el pétalo de una flor que cae suavemente al océano.

UN APUNTE

Caudillismo y cambios

El caudillismo tiende a lo tiránico.

El liderazgo es justamente disolver esos fundamentos equivocados.

Cuando el caudillo fuerte muere no resultan extraños los terremotos, deslaves y tsunamis políticos.

El liderazgo  es una fuerza apacible que se extingue como el pétalo de una flor que cae suavemente al océano.

 

El Nacional

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