Opinión Catalejo

Codicia de los potentados

Codicia de los potentados

Anulfo Mateo Pérez

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La codicia, uno de los siete pecados capitales en la tradición cristiana, es el deseo desmedido de poseer bienes materiales o riquezas, más allá de lo necesario para vivir. Es un impulso que lleva al sujeto a acumular sin límites, subordinando los valores éticos y humanos al afán de tener y retener.

Desde la moral cristiana medieval, era vista como raíz de la injusticia, fraude y explotación; cuando es llevada a lo social y político, la codicia deja de ser solo un vicio personal, para convertirse en condición de clase.

En las sociedades estratificadas, la clase dominante reproduce su poder y privilegios a partir de la acumulación de riqueza, lo que la lleva a practicar una codicia estructural. No se trata sólo de un “pecado individual”.

En realidad, se convierte en mecanismo colectivo que legitima el despojo a los trabajadores, la apropiación de lo común y la concentración de capital; la acumulación sin límites se presenta como virtud empresarial o éxito personal.

Por ejemplo, en el capitalismo contemporáneo, la codicia es casi un mandato cultural, mientras sus consecuencias —desigualdad, pobreza, exclusión— se normalizan. Esa codicia de clase se reviste de manipulación.

La clase dominante crea la cultura expresada en discursos de “progreso” o “emprendimiento”, ocultando el hecho de que el crecimiento de unos pocos descansa en la precariedad y penurias de muchos explotados.
En resumen, según la tradición cristiana, la codicia es descrita como pecado, porque ésta “corroe el alma individual, destruye la solidaridad y encierra al sujeto en la obsesión por poseer riquezas y objetos materiales”.

Como condición de clase, se convierte en motor de explotación y dominación, estructurando las desigualdades sociales y reproduciendo un orden económico basado en la concentración de poder y riqueza.