El secretario de Estado de Estados Unidos, Mike Pompeo, ha vuelto a hacer un gran favor a los gobiernos latinoamericanos que conculcan la democracia con la alianza diabólica que ha esbozado para enfrentarlos.

Su entusiasmo por la llegada al poder de un gobernante con un discurso que raya en el fascismo como Jair Bolsonaro en Brasil, el jefe de la diplomacia estadounidense anunció que los dos países podrían trabajar juntos contra regímenes autoritarios.

En primer lugar, Bolsonaro tendría que actuar conforme a la Constitución y las leyes de Brasil, y en segundo las dos naciones carecen de legitimidad legal y hasta moral para erigirse en policías de la democracia en la región.

La postura enarbolada por Pompeo merece el más rotundo rechazo de todas las naciones de América Latina, sin reparar en las censurables violaciones de los derechos humanos y el libre juego de las ideas en que hayan incurrido regímenes como los de Venezuela, Nicaragua y Cuba.

No se trata, por supuesto, de ningún gesto de solidaridad con los tres países, sino de la defensa de la soberanía y el respeto a la autodeterminación de los pueblos.